En agosto de 2017 se instalaron islas en el estero Palanqueado. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO
El estero Palanqueado está cubierto por jardines. Las plantas flotan en el agua negruzca de este tramo del Salado, en el suburbio guayaquileño.
Las islas son la alternativa más reciente que aplica el Gobierno para recuperar este cuerpo de agua, históricamente afectado por las descargas domésticas e industriales. A lo largo de sus 70 kilómetros de recorrido -desde su cabecera en Posorja hasta el sur de la ciudad-, el Salado acoge en sus orillas a más de 630 establecimientos comerciales e industriales y unos 709 600 habitantes se asientan en su área de influencia directa.
De toda su extensión, 13,8 kilómetros concentran los puntos más críticos. Allí están los ramales A y B, la zona industrial del norte; Puerto Liza, Palanqueado, Las Ranas, Lagarto y Mogollón, que se internan en los barrios populares del sur y suroeste de Guayaquil.
Andrés Naranjo vive a orillas del Palanqueado, en la cooperativa Cisne 2 del Suburbio. Una de las islas navega frente a su casa. “Por años han hecho planes, pero la gente sigue botando basura. Hay que cambiar la mentalidad y mejorar los servicios básicos”. En su vivienda aún usan pozo séptico.
En los últimos 10 años, el Gobierno y el Cabildo Porteño han aplicado proyectos de biorremediación en el Salado, bajo distintos nombres. En el 2010 fue incluido en el plan Guayaquil Ecológico. Y desde el 2015 se titula Proyecto de Recuperación de las Áreas Protegidas de Guayaquil.
Actualmente, ambas entidades mantienen reuniones quincenales de planificación y análisis.
Bajo estos proyectos, en el estero se han aplicado bacterias para digerir suelos contaminados, máquinas para oxigenar el agua, reubicaron a familias para construir parques lineales y reducir las descargas, y se reforestó con mangle.
Desde el Gobierno, el Ministerio del Ambiente (MAE) asegura que a partir del 2015 ha invertido USD 2,2 millones en recolección de desechos y estudios de monitoreo. El Municipio, por su parte, afirma que ha destinado USD 1 000 millones en los últimos 10 años, en obras de agua potable y alcantarillado, regeneración urbana, limpieza y reforestación.
Al hablar de resultados, desde ambos frentes se dirigen a efectos puntuales. El MAE explica que las 42 islas flotantes -con 2 000 plantas-, aumentaron la biodiversidad. “Nuevamente hay mejillones, jaibas, peces, aves”, citan.
Como un balance del estado químico del Salado, los análisis del último verano indican que hubo una reducción del 50% del nitrógeno y del fósforo total, la turbidez bajó en un 50% y la reducción de coliformes fecales (descargas de hogares) está ente el 10 y 20%.
Desde el Cabildo, el director municipal de Ambiente, Bolívar Coloma, explica que a partir del 2014 los niveles de contaminación bajaron en 30%. Esto, básicamente, tras un monitoreo de coliformes fecales y demanda de oxígeno.
Pero las descargas de las industrias centran la preocupación actual. En su catastro el Cabildo reporta más de 300 empresas y las secuelas más graves de su influencia están en los ramales A y B, en el norte. Las industrias de tipo químico y de producción de alimentos afectan a la oxigenación del agua; las gráficas inciden por el manejo de tintas; las empacadoras de mariscos emiten grandes descargas y las lubricadoras tienen un impacto por el uso de hidrocarburos.
“En los últimos cuatro años hemos abierto 221 expedientes relacionados con contaminación. Lamentablemente, apoyándose en análisis de laboratorios acreditados, algunas industrias han engañado a la autoridad con informes falsos”, señala Coloma.
Desde mediados de mayo, el Cabildo y la Fiscalía coordinan operativos para emitir sanciones administrativas y penales. En adelante aplicarán el artículo 251 del Código Integral Penal, que establece prisión de tres a cinco años por contaminar cuerpos de agua.
El Salado también es un laboratorio de investigación. Uno de los estudios más recientes es de la Escuela Superior Politécnica del Litoral, que analiza metales pesados (cadmio, mercurio, arsénico y plomo).
“El que más preocupa es el mercurio, porque está en condiciones elevadas dentro de la ciudad”, explica Paola Calle, directora del Laboratorio de investigaciones toxicológicas y salud ambiental de la Espol.
Las muestras se tomaron en tramos del norte y oeste de la ciudad, y en la reserva natural. Los resultados de arsénico fueron bajos, los de cadmio están al borde de la normativa y en plomo concluyen que hay una conexión por el uso de baterías, pinturas y gasolina.
Si bien el estero ha pasado por múltiples proyectos de rescate, Calle cree que la prioridad es frenar las descargas de todo tipo. “Cuando cesa el estrés, el ecosistema se empieza a recuperar; y mientras más biodiverso es más fácil que pueda recuperarse”.