Este era uno de los 150 vehículos que a las 10:30 salieron del parque Itchimbía rumbo al Bicentenario. Foto: Galo Paguay/ EL COMERCIO.
A primera vista, solo se observaban autos antiguos que se convierten en joyas con el paso del tiempo. Pero luego, gafas, gorros y faldas con diseños de los años treinta o sesenta llamaban la atención de los quiteños. La idea de mantener rodando vehículos que en otros casos han terminado solo en chatarra es más que un hobby para sus propietarios, según participantes de la segunda edición de La Ruta de los Clásicos, como el colombiano Carlos Díaz.
Su primo Juan Carlos Bautista y su esposa tienen un Chrysler de 1961 y decidieron vestirse como si el tiempo se hubiese detenido en esa época. A través de el rock & roll de esos años, que salía desde grandes parlantes acoplados en la cajuela del auto, permitieron a los espectadores viajar hacia años en los que las chompas de cuero, el cabello engominado y las faldas amplias y coloridas marcaban la moda juvenil.
Este era uno de los 150 vehículos que a las 10:30 salieron del parque Itchimbía rumbo al Bicentenario. Tres chivas de antiguas también le pusieron el ambiente musical y de fiesta al desfile. Desde sus parlantes salían, en cambio, las notas de las clásicas canciones en honor a la capital como ‘Mi Quito es un edén de maravillas’, ‘Romántico Quito mío’, ‘Balcón quiteño’ o el infaltable ‘Chullita Quiteño’.
También se escuchaba algo de música de Gerardo Morán y el sonido de los instrumentos de viento y percusión típicos en toda fiesta, grabados en discos de la Banda 24 de Mayo. Y esa tradición se mezclaba con el reggaetón de moda y algo de salsa y merengue.
Por las calles, la gente veía el paso de La Sinvergüenza, una Chevrolet de 1948, La Andariega, una Ford de 1952 y La Abuela, una Fargo de 1968 Fargo, los tres vehículos tradicionales de La Chiva de mi Pueblo.
Los autos llegaron al Parque Bicentenario en donde fueron exhibidos hasta las 17:00. Allí, la gente -que ya probaba las delicias que ofrecían los vendedores de platos típicos corrió hacia las vallas que se colocaron pra el paso de los vehículos.
Los espectadores no sabían qué auto admirar más. Los padres cargaban a sus hijos para que pudieran ver mejor y los conductores y pasajeros saludaban a la gente como lo hacen quienes pasan en un desfile de carros alegóricos.
Uno de los que más llamaba la atención era el Chevrolet de 1928 del argentino Rubén Ramírez. El auto perteneció a su abuelo y fue taxi durante décadas, por eso aún es amarillo y se llama Taxi Latino. Pero desde hace seis años, este vehículo se convirtió en su casa.
Desde agosto del 2012 recorrió Argentina, Chile, Uruguay, Perú, Bolivia y Ecuador. Antes pasó por Brasil, en donde se quedó por dos años.En Ecuador ha visitado Baños, Misahuallí, el Quilotoa, Quito y también fue a Montañita. De esa hermosa playa grabó un recuerdo en el auto: un dibujo de un pelícano, ave de la que se enamoró.
En el panel tiene un reloj antiguo y sobre él la palabra “libre”. Él vive del alquiler de su casa en Argentina y afirma que con eso le basta, pues no quiere vivir para pagar impuestos.
Ramírez decidió conducir por el continente con una máxima que pintó en el antiguo vehículo: “que el conquistador no sea esclavo de su conquista”. Para él, hay gente que trabaja por obtener cosas materiales y se olvida de vivir. No quería que le pasara lo mismo.
Cada auto que se exhibió en el Bicentenario tiene una historia distinta. Pero la mayoría coincide en algo: el amor por los autos clásicos que les permiten imaginar cómo era la vida en aquellos años donde no hacía falta un motor potente ni viajar a altas velocidades. Lo importante era disfrutar del camino.