Rosy Granja posa en uno de los helicópteros de la Armada, que ha manejado durante su carrera. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
Por un hangar de helicópteros aparece una mujer vestida con un overol verde oliva. Sus botas negras están impecables y el cabello lo tiene bien recogido. Mientras camina, otros militares se cuadran ante ella, alzan sus brazos a la altura de la frente y la saludan: “Mi teniente, muy buenos días”.
Es viernes y en Guayaquil el calor es intenso. La oficial a quien saludan es Rosy Granja, la primera piloto de las Fuerzas Armadas del Ecuador.
Esto lo consiguió en el 2010, cuando logró ingresar a la Aviación de la Armada. Fue una sorpresa entre las filas militares. Hasta ese momento, solo hombres habían pisado esas instalaciones. Así lo recuerda su padre, César Granja. Él y su esposa estuvieron presentes el día en que le entregaron las alas doradas a su hija, insignia para los pilotos. Dice que en la ceremonia lloraron de la emoción.
En la casa también fue una sorpresa que Rosy se decidiera por la vida militar, pues era la menor de tres hermanos y la única mujer.
Sus padres la inscribieron en el Liceo Naval de Guayaquil para que su segundo hermano, mayor con un año, la cuidara en la época del colegio. Todos querían que él se convirtiera en militar, pero declinó, porque no se veía siguiendo órdenes toda la vida.
Rosy dice que eso no le importó. Tomó la decisión cuando cursaba el cuarto año de colegio. En ese entonces, personal de la Armada fue a su aula y le mostró un video. Allí se veía a marinos en distintos ámbitos, pero recuerda la imagen de un helicóptero aterrizando en un buque de guerra en movimiento, en medio del océano.
Esa es considerada una de las maniobras más difíciles dentro de la vida de un piloto. Es la prueba que debe superar un oficial antes de convertirse en instructor de vuelo, otro de los cargos más importantes dentro de la Armada. “Solo los pilotos más experimentados y con mayor profesionalismo pueden realizarla”, dice Napoleón Quishpe, capitán de Corbeta.
Él fue instructor de Granja en el último año y calificó su desempeño cuando realizó el aterrizaje sobre el buque de guerra, el pasado 16 de marzo.
Ese día, la teniente rompió otro récord: se convirtió en la primera mujer instructora de vuelo.
La teniente Granja aparece con sus mellizos en su faceta como madre. Foto: cortesía
Para el capitán Quishpe, no fue una sorpresa que la oficial lograra la maniobra. Desde hace 10 años ha sido testigo de los esfuerzos que Granja ha realizado, no solo en el ámbito profesional sino también en el personal.
Él recuerda cómo ella iba a las misiones en la frontera norte de Esmeraldas en compañía de sus dos hijos mellizos. “Eso me admiró mucho. Ella llegaba con una niñera, con sus dos hijos en brazos, con maletas, con pañaleras. Los instalaba en una villa que nos dan a todos los oficiales y salía a patrullar delitos, como el narcotráfico, la minería ilegal y el tráfico de combustible. Jamás su familia fue un pretexto o impedimento. Eso resalta mucho más su equidad de género”.
Para Granja, dividirse como piloto, madre y esposa ha sido complicado.
Desde que se casó, en el 2014, dice que todo ha sido una aventura. Al inicio no podía tener hijos. Los doctores le decían que su parte hormonal estaba afectada por estar entre helicópteros y motores. Pero eso no la desanimó y siguió un tratamiento.
Enseguida quedó embarazada de mellizos. Desde el nacimiento de sus hijos, los momentos más difíciles han sido cuando se separa de ellos.
“Me partió el corazón cuando llegué de un viaje y me dijeron que mi hija había dado sus primeros pasos. Prometí que no volvería a ocurrir eso y al hermanito sí lo vi caminar. Eso fue una gran alegría”, recuerda.
Para su amiga Anabel Abarca, lo más admirable de Rosy es el amor por sus niños. Hace unos meses ellos cumplieron 5 años. “Les organizó una fiesta con muchos globos y un pastel grande. No tiene límites. No descansa. Le digo que es una supermujer”.
Abarca la conoce desde el 2011. Desde entonces, dice que ha visto a la oficial en múltiples facetas. Una de las últimas fue al inicio de la pandemia, cuando colaboró con una fundación de niños. Juntas armaron kits de bioseguridad para entregar a madres que vivían con sus hijos en barrios pobres.
Esas tareas también las conoce Rafael Coba, teniente de Navío. Él ingresó a la Armada el mismo año que la oficial Granja. Durante cuatro años compartieron juntos en la Escuela Superior Naval. Cuenta que se levantaban a las 05:30 todos los días, a trotar.
Recuerda que su compañera era buena nadando y disparando. Por eso la eligieron para ser parte del equipo de pentatlón, un deporte militar.
Fue a concursar en un sudamericano de escuelas militares.
Desde esa época, le decían que iba a ser la primera en todo, pero Coba cuenta que eso jamás generó que ella se confiara. “Yo creo que para Rosy, ser pionera en muchos cargos no ha sido solamente orgullo, sino una carga muy grande de responsabilidad. Vivir con eso es muy fuerte, pues está presionada a no cometer errores”.
Sus padres siempre oran para que Dios la proteja. En cada vuelo le piden que regrese bien, que no le ocurra nada malo. Ellos todavía recuerdan cuando falleció la amiga de su hija, María Augusta Álvarez.
Ella fue oficial de la Armada. Era un año mayor que su hija y murió en Chile, cuando realizaba una práctica de paracaidismo. Para la teniente Granja ese fue un golpe fuerte en su vida. Su principal referente se había ido.
Ella recuerda que no pudo asistir a su velatorio, porque estaba en un curso de pilotos. Hoy asegura que en todas las tareas que realiza siempre están presentes ella y su familia.