Hace 16 años, el mundo musical quiteño se vio sacudido por un acontecimiento singular: el mejor celista del mundo Mstislav Rostropovich (1927-2007) nos visitaría y desarrollaría su magia interpretativa acompañado de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSNE), dirigida por Álvaro Manzano.
En abril de 1993 visitaron nuestra ciudad el Dr. Walter y Ana María Abendshein. Ella se interesó por el taller musical en donde la Sociedad Filarmónica de Quito (SFQ) educaba, con mucho esfuerzo, a 70 jóvenes. A su regreso a Washington, Ana María habló de Quito y de nuestra entidad con el maestro ruso y este, emocionado por el relato, decidió venir a Quito a tocar gratuitamente con la OSNE, con la condición de que la recaudación estaría destinada para ayudar a una organización de niños con enfermedades graves.
Contactamos con el maestro Manzano, director de la OSNE, y con los padres franciscanos para solicitarles el bello e histórico templo para la presentación (el Teatro Nacional Sucre ya estaba en malas condiciones).
El concierto de Rostropovich estuvo salpicado de episodios curiosos. El agente del maestro envió el programa: Concierto en do mayor HOB VII No.1 de Haydn y Variaciones sobre un tema rococó de Tchaikovsky. Pero Manzano dijo que no existían en los archivos de la orquesta las partituras. Explicó que solo tenía las del No.2 en re mayor HOB VIIB, también de Haydn.
Al llegar a Quito el Maestro ruso, al conocer que la orquesta tenía preparado el concierto No. 2 de Haydn en vez del No.1, dijo que se negaba a interpretar cualquier otra pieza. Esa noche, luego de que Rostropovich se retiró a su habitación del Swissôtel recorrimos las silenciosas calles de Quito para advertir a Manzano la determinación del celista. El maestro se mantuvo en sus trece.
Manzano desayunó con Rostropovich en el hotel y, entre taza y taza de café, se enfrascaron en una afable y prolongada conversación en ruso. Luego se trasladaron al Teatro Sucre, donde los músicos en pleno esperaban para el ensayo. Por razones hasta ahora no explicadas, la orquesta tenía en sus atriles la partitura del concierto No.1 de Haydn.
En el altar de San Francisco el músico mostró su técnica fabulosa y además rindió homenaje a la memoria de Juan Esteban Cordero, quien muriera trágicamente dos semanas antes. En su memoria tocó la Sarabande en re menor de Bach y pidió al público no aplaudir, en señal de duelo.
Como un simbólico regalo para el Maestro, la SFQ le entregó un hermoso y antiguo bastón de mando indígena, por su sabiduría y bondad. En las mentes de quienes conformábamos el Directorio de la SFQ, siempre quedará la interrogante: ¿Que llevó a Manzano a poner una nota amarga en esta presentación única en la historia de la música en el país?
Columnista invitada