En el ritual sonoro ‘Sonidos de la Memoria’ -que levanta la memoria y vida de las víctimas de femicidio en Ecuador- se proyectaron los nombres de las 101 mujeres asesinadas de enero a noviembre de este 2020. Foto: Karol Noroña/ EL COMERCIO
Son las mujeres que no se cansan por sus semillas. Caminan juntas -abrazadas, con las manos entrelazadas- mientras sostienen en sus pechos las fotografías de sus hijas, madres, hermanas, primas y compañeras asesinadas por la violencia machista. En Ecuador, una nación en la que una mujer es víctima de femicidio cada 72 horas, son las familias quienes desafían el mandato social del silencio levantando la memoria y vida de quienes hoy ya no están.
El parque El Ejido, en el centronorte de Quito, se convirtió en una zona de resistencia el sábado 21 de noviembre del 2020. Colectivos feministas intervinieron el espacio para que #SonidosDeLaMemoria, un ritual sonoro y simbólico, retumbe en la capital contra el olvido y la impunidad.
Eran las 18:30 cuando en el Arco de la Circasiana comenzaron a proyectarse los nombres y apellidos de las 101 mujeres cisgénero, trans, niñas y adolescentes asesinadas desde enero hasta noviembre de este año, según el registro de la Alianza para el Monitoreo y Mapeo de Femicidios. Un ‘mapping’ cubrió la estructura, mientras decenas de personas se acercaban y las velas comenzaban a encenderse.
“Quien te mató, tu canto no apagó. Este se multiplicó por todo el Ecuador al son de ni una menos, vivas nos queremos”, reza el cartel que Ruth Montenegro levanta desde hace cuatro años. La madre convirtió el dolor del femicidio de su niña, Valentina Cosíos, de 11 años, en un camino que busca la justicia.
Ruth es una de las fundadoras de la Plataforma Vivas Nos Queremos Ecuador, que germinó de la impunidad partiendo de una idea clara: justicia y reparación tras los femicidios de Vanessa Landínez, Johanna Cifuentes, Valentina Cosíos y Angie Carrillo. El colectivo cerró en este año, pero su búsqueda se convirtió en un sentimiento que, hoy, mueve a cientos de voces.
Fue el 23 de junio del 2016 cuando Valentina se despidió de su madre e ingresó a la escuela. En la tarde, debía ir al Conservatorio Nacional del Ecuador. Esa era su rutina diaria. Pero no regresó. Un día después, del 24 de junio, la encontró en el patio de entrada, a pocos pasos del acceso principal. Estaba muerta, tirada en el piso, con signos visibles de violencia sexual.
El femicidio de Valentina sigue impune y continúa en indagación previa, la primera fase del proceso legal.
Ruth no para y le canta a su hija a través de su proyecto Mujer, Canto y Memoria. Su niña ya no está, pero se ha convertido en su guía de lucha. Valentina está en esa fotografía que siempre acompaña a su madre, en la que sus manos se pasean por la flauta traversa, el instrumento con el que la pequeña visionaba una carrera en la música.
En el parque El Ejido el arte también denunció y visibilizó la lucha de quienes buscan a sus desaparecidas. Anna Jácome (Artemisadanza), artista ecuatoriana, presentó una pieza dancística que recordó que Michelle Montenegro, joven activista y docente, hace falta en su hogar. ‘La Negra’ -así la llamaban en su hogar- tenía 26 años cuando fue desaparecida el 5 de junio del 2018. Desde ese día, su familia no ha parado de buscarla y denuncia abiertamente la falta de acción de la Dirección Nacional de Delitos contra la Vida, Muertes Violentas, Desapariciones, Extorsión y Secuestro (Dinased) y la Fiscalía de Ecuador.
Fue un ‘performance’ doloroso, potente, conmovedor. Los movimientos de Anna, ligeros, sentidos y precisos, eran guiados por el rostro de Michelle, impreso en una bandera que transitaba en el espacio. La acercaba, la levantaba, la presentaba ante todos.
Anna y Michelle rodeaban el ‘Arco’ mientras una voz decía: “Soy Michelle Montenegro. Mi mayor sueño es gravitar en cada una de las luchas por los derechos de la vida digna. No me cansaré de existir en mi búsqueda. Seguiré palpitando en cada voz que se despierte”.
Para Anna, la pandemia se convirtió en un proceso de entendimiento humano del que germinaron tres ‘danzas-denuncias’; una de ellas rinde tributo a Michelle. La bailarina decidió hacerlo después de ver uno de sus afiches de búsqueda en el Valle de los Chillos. “Mientras transitaba de Quito hacia mi casa vi su rostro. Como madre y mujer sentí una enorme responsabilidad de sumarme a esta causa con mi danza. Dejé que esa afectación se vaya a mi cuerpo, a mi oficio”, dice.
Las mujeres que no se cansan se contenían, hermanadas por un clamor colectivo: memoria, reparación y justicia. Un altar -construido con rosas, velas y sahumerio- se encendió para recordar a sus muertas, para mantenerlas vivas. Las tamboreras de Batuka Batumbá las acompañaron y amplificaron sus voces.
‘Quisieron enterrarnos, pero no sabían que somos semillas’
Han pasado 14 años desde que Johanna Cifuentes, de 19 años, fue asesinada en febrero del 2006 por su expareja, cuando en Ecuador la figura legal de femicidio no existía. La familia visibilizó su caso, que abrió un debate en el país sobre una violencia que aún es normalizada.
Johanna late en el corazón de los suyos. Slendy, su hermana mayor, la tiene presente cada día y es su impulso para levantar su voz por otras mujeres. “Nos iluminaba con su sonrisa, siempre irradiaba mucha luz. A ella le encantaban los girasoles y yo la veo así: como una mujer llena de vida. Le arrebataron sus sueños, pero solo quiero decir que es la semilla de todo lo que hacemos”, recuerda.
Yadira Labanda evoca la vida de su hija, Angie Carrillo, que tenía 19 años cuando fue desaparecida y asesinada por su pareja en enero del 2014. La buscó durante más de dos años hasta que sus restos fueron hallados en Carcelén, en el 2016. Hoy, la madre dice: “Angie es mi bandera de lucha. Todo ese dolor se ha transformado en fortaleza. Ella ha sido quien me ha levantado, quien no me ha dejado perderme”.
Yadira sonríe cuando habla de Angie, la mayor de cinco hermanos, y la recuerda como una mujer risueña, carismática, que quería dedicar su vida a la medicina. Su sueño, recuerda, era servir.
Mónica Jiménez se planta ante el Estado a diario para que el asesinato de su hija, Nicole, se haga justicia. La joven, de 19 años, fue víctima de una violación grupal el 7 de noviembre del 2018 en el sur de Quito. La madre relata que ese día, su hija le pidió permiso para ir a almorzar con Jhonatan N., su compañero de carrera, quien la había invitado. Aquel día fue la primera vez que salieron juntos, el mismo en que fue atacada por él y otros hombres que ella no conocía.
“Los implicados directos son bomberos, policías y paramédicos. Mi caso demuestra que no solamente los operadores de justicia asesinaron la verdad, sino que son funcionarios públicos que se comprometieron a salvar vidas quienes mataron a mi hija”, reclama.
Las mujeres tamboreras de Batuka Batumbá hicieron resonar sus instrumentos ára levantar la memoria de las mujeres v{ictimas de femicidio en ecuador. Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO
Nicole estudiaba emergencias médicas en la Cruz Roja de Quito. Siempre servicial, siempre generosa. Así la recuerda Mónica, que no paró de salir a las calles durante la pandemia para gritar por ella. El caso continúa en etapa de juzgamiento; siete personas fueron procesadas: dos fueron sentenciadas a 34 años y ocho meses de prisión, tres fueron declaradas inocentes y otras dos están prófugas.
Las voces de las mujeres que no se cansan retumbaron en Quito con su grito inabarcable: “¡Vivas nos Queremos!, ¡Vivas Nos Queremos!, ¡Vivas Nos Queremos!”.
Madres, hijas, hermanas, primas y amigas unieron sus manos para recordarle al Estado, una vez más, que no dejarán de salir a las calles por sus muertas, sus semillas.