Los trompos artesanales de madera se elaboran en el taller de Luis Pilco

Riobamba trompo

Riobamba trompo

Luis Pilco es el último tornero que elabora artesanalmente trompos de madera. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO

Con los años la cotidianidad cambió en Santa Rosa, uno de los barrios más antiguos de Riobamba, una ciudad andina del Ecuador, pero el taller de Luis Pilco sigue intacto. Con un rústico torno que siempre está encendido y troncos de madera de pujín, él elabora trompos de todos los tamaños.

Pilco tiene 75 años y sabe que cuando muera su oficio morirá con él. Es el último tornero que elabora artesanalmente ese tipo de juguetes de madera. Sus dos hijos culminaron sus estudios universitarios y se movilizaron a Quito.

“Los jóvenes ya no quieren aprender estos oficios, solo quieren emplearse en alguna institución. Lo que ellos no saben es que los empleos son pasajeros, pero los oficios duran para siempre”, cuenta nostálgico Pilco.

En su barrio todos los vecinos lo conocen. Su taller estuvo instalado en locales diferentes, pero nunca salió del perímetro del denominado barrio de los ‘tuchos’, reconocido por las tradiciones populares que se mantienen por más de un siglo, como el baile de los diablos de lata, los hojalateros, los festejos del niño Rey de Reyes, las caretas de cartón….

Desde la puerta de su taller, que abrió sus puertas hace 59 años como una zapatería, pero que se transformó en tornería en 1975, Pilco miró cómo cambió la ciudad. “Las calles poco a poco se llenaron de carros y las casas modestas, empezaron a transformarse en edificios”, cuenta el artesano.

Pero según él no todo ha sido progreso. Antaño, los niños pequeños se reunían en la plaza para jugar a los trompos después de clases, ganaba el más hábil, quien lograra mantener el trompo ‘bailando’ al halarlo con un cordel, durante más tiempo.

En esa época, hace unos 20 años, su negocio estaba en auge. No había ningún niño en la ciudad que no quisiera tener el trompo perfecto, hecho con una punta redondeada de metal y un trozo de madera de pujíl, una especie arbórea que se talaba en las faldas del volcán Tungurahua.

Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO

Pero hoy, ni los aficionados por los trompos, ni los troncos del árbol de pujil, son fáciles de conseguir. “Con la llegada de la tecnología, los niños dejaron los trompos, las pelotas y las chantas por esos aparatos que los tienen hipnotizados y las televisiones. Eso no es infancia”, dice contrariado Pilco.

Los troncos de pujil, que tenían la consistencia perfecta para ser moldeados en el torno, también desaparecieron. Los bosques de donde se obtenían las ramas se acabaron y la madera dejó de comercializarse. Hoy los trompos se hacen con se hacen con los troncos de pino, eucalipto y otras maderas que, por su tamaño, rechazan las mueblerías.

Los clientes más frecuentes del taller siguen siendo los niños. A pesar de que la cantidad de jugadores se redujo considerablemente, hasta el pequeño local ubicado en las calles Colombia y España, junto al Cuerpo de Bomberos de Riobamba, aún llegan los padres con sus hijos.

Cuatro generaciones de niños han pasado por la tradicional tienda de trompos. José Luna, por ejemplo, llevó a su hijo Mateo de 7 años, para adquirir su primer trompo. “Mi abuelo me trajo un día, cuando estaba muy triste porque no fui seleccionado para el equipo de fútbol de la escuela. Él me enseñó a jugar con los trompos y hacerlos bailar en la mano. Yo quise hacer lo mismo con mi hijo”.

Pero su temor, es que quizás Mateo no podrá seguir con la tradición cuando se convierta en padre, pues los trompos originales tal vez ya no se podrán conseguir en el futuro. “Actualmente, en el mercado, existen trompos de plástico de colores, con luces e incluso con sonidos incorporados. Pero ninguno podrá igualarse a estos hechos con madera”, opina Luna.

Luis Pilco intentó organizar un taller de capacitación para que los niños del barrio aprendan durante las tardes cómo fabricar los trompos de madera y otras artesanías, sin embargo no recibió respuesta de las autoridades de la Iglesia Barrial.

“No quiero que este conocimiento se muera. Los trompos deben recuperarse”. Él recibió un reconocimiento del Municipio de Riobamba por mantener viva esta tradición gracias a su perseverancia en su oficio.

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