Repentinamente, el Gobierno entró en una fase de reafirmación de los postulados ideológicos que supuestamente presiden su acción. En una entrevista con este Diario, el titular del Senplades señaló que para ellos está claro que el modelo de desarrollo anterior fracasó y que la Constitución debe obedecer a la construcción de la economía post petrolera, lo cual significa “la destrucción del Estado burgués, corporativizado y privatizado”.
Días antes, el ministro Ricardo Patiño participaba en el Encuentro Internacional de Partidos de Izquierda, que terminó con la convocatoria a una V Internacional Socialista, a pedido de Hugo Chávez. Al adherirse a la propuesta, el puntal del Gobierno ecuatoriano en organización política y partidista declaró que “el fin de la historia terminó, y continúa el socialismo como una realidad”. Según Chávez, armar la V Internacional Socialista, que seguiría a la IV Internacional establecida en París en 1938, “es lo que clama el mundo”.
Pero René Ramírez y Patiño no son dos voces en el desierto: el presidente Rafael Correa, en su nuevo viaje a Europa a mes seguido, declaró estar de acuerdo con el socialismo tradicional, pues “reconoce la supremacía del trabajo sobre el capital”.
Estas declaraciones producen la tentación de volver a los viejos manuales para revisar conceptos superados y a la vez tan evocados; pero fue la hermana del Presidente y dirigente del movimiento en Guayas quien puso en duda la importancia del sofisticado debate, al declarar que el trabajo del Gobierno debe tener un enfoque humanista antes que socialista o comunista y responder al anhelo de los más necesitados.
Y mientras eso sucede con personas como Pierina Correa, en el otro lado, en la izquierda que se alineó detrás de Correa, se consolida un discurso purista que acusa al Gobierno central de no responder realmente a principios socialistas.
A estas alturas, está claro que ese debate no es real, pues en las urnas no se expresó la adhesión a una ideología específica sino a una esperanza de cambio. Y no solo no es real, sino que también es un lastre para el Gobierno, tanto en el plano interno como en el externo.
El Ecuador sigue sumando peligrosos pasivos en el campo internacional, y en la práctica no ha podido manejar la expectativa creada en torno a la Unasur y al Alba. La factura, está claro, no la pagarán los nuevos socialistas sino todo el país. Internamente, las contradicciones entre los dichos y los hechos se han vuelto pan de todos los días, mientras se sigue afectando de modo irreversible a la economía real.
Los copartícipes de la creación del mundo ideal, los asambleístas, también ya debían haberse dado cuenta de que el modelo centralista y controlador que sale de las cabezas de unos cuantos revolucionarios de oropel no es viable en un país democrático. ¿Qué más debe suceder para que se ubiquen?