El invento de la revocatoria del mandato y de otros chicharrones se consagró en Montecristi, cuando las huestes de Alianza País la clavaron en la novísima Constitución.
Eso lo hicieron pensando que nadie se atrevería a aplicar la norma, al menos en 10 años. Ahora que se ha levantado todo un tsunami de peticiones, les ha agarrado un reverendo culillo a más de un centenar de alcaldes , asambleístas y al mismísimo Emperador.
Una revocatoria que se impone es la de la Asamblea Nacional, porque no cumple con sus funciones: legislar y fiscalizar. El que legisla es Su Majestad porque manda los proyectos, la Asamblea los aprueba con reformas y el Big Brother, a través de vetos, las sanciona tal como las envió el Alexis, ya sea por el Ministerio de la Ley o porque no hay votos para insistir.
Nosotros no somos huasicamas de nadie, decía un asambleísta, pero su apariencia de mayordomo elegante y sus acciones tan serviciales delataban su oficio.
Por más que el susodicho insistía en que la soberana Asamblea es el primer poder del Estado, su sometimiento al Goldfinger y su enredijo de pasiones colocan a la cuestionada institución en el último lugar en la tabla de posiciones (ya mismo desciende a la B).
Las tareas de fiscalización se perdieron en un bosque de la China. No asoman por ninguna parte, y la presidenta de la Comisión juega con las margaritas: soy de AP, no soy de AP, soy de AP, no soy de AP’. Ah, carambas, mejor me quedo de “socia-lista”. ¡Listos!