Revelación ciudadana
Revelar es un término religioso adoptado por la fotografía, y se refiere al proceso mediante el cual se saca a la luz algo que está ahí pero que no se ve (así me lo resumió el fotógrafo Cocó Laso).
La irrupción de la ciudadanía en la escena política es uno de los fenómenos más sobresalientes de las últimas décadas. Tan impactante que a ratos se asemeja a la imagen revelada de una placa fotográfica. Porque la ciudadanía siempre estuvo ahí, pero velada por los mecanismos del viejo sistema político que resolvía los asuntos públicos por la vía de los partidos o de otras formas de representación espuria.
El colapso de ese viejo sistema, que se ha producido de manera explosiva en América Latina, permitió que el desencanto de la gente se revele en formas y expresiones inéditas, novedosas y sugestivas. Piqueteros argentinos o forajidos ecuatorianos aportan sustancialmente a esta interminable variedad de manifestaciones socio-políticas que intentan desde hace tiempo, y desde distintos planos, dar forma a esta difusa imagen de cambio que tanto cautiva a nuestras sociedades.
Pero los mecanismos de mediación política, que sirven para mantener encubierta a la ciudadanía, continúan vigentes. Tomemos como ejemplo a la educación. En la pelea por la evaluación a los maestros, la UNE se arroga la representación del interés colectivo a nombre de la sociedad, mientras el Gobierno replica en igual tono, esgrimiendo la defensa del supremo interés nacional.
Pero los principales “ciudadanos de la educación”, es decir, los estudiantes y padres que tienen un interés vital en el tema permanecen al margen de una negociación cuyo desenlace tendrá consecuencias determinantes sobre su vida y futuro. Y puesto que los maestros son tan servidores públicos como los funcionarios del Gobierno que representan al Estado, la disputa termina dirimiéndose únicamente en media cancha, con una evidente ausencia del principal protagonista. Si algún sentido tiene la mejora de la educación, y sobre todo la educación pública, es potenciar las capacidades de esos miles de ciudadanos y familias. Sin embargo, ellos permanecen relegados a los graderíos.
No es fácil ni simple garantizar la participación de la sociedad civil, mucho menos si no se conocen -ni se han experimentado- mecanismos para hacerlo.
Potenciar los espacios locales y garantizar la autonomía de las organizaciones puede ser un buen comienzo para hacer realidad el ejercicio del derecho fundamental a la participación ciudadana.
Para ello, el Gobierno debe comprometerse a aplicar los principios por él mismo estipulados, a través de la Senplades en el plan nacional de desarrollo.