Ella Carrasco tiene en brazos a una cachorra que acoge en su casa, hogar temporal de mascotas en abandono.
Elba Carrasco, de 38 años, tiene una hija de 16. Es la propietaria de un pequeño micromercado ubicado por la zona del Colegio Mejía, en el centro norte. Una perrita llamada Lissie y tres gatos, Nicolás, Vicky y Rosario, le hacen compañía. Desde hace algunos años, su casa se ha convertido en hogar temporal de mascotas. Todo empezó cuando una joven extranjera les encargó una gata y nunca volvió por ella. Sus vecinos empezaron a creer que ofrecía refugio a los animales y de este modo, en una ocasión llegó a recibir a 10 gatitos.
Su cara es conocida en la clínica veterinaria de Protección Animal Ecuador (PAE), que se encuentra en la Ulloa y Rumipamba, cerca de la UTE. Siempre lleva un animal en sus brazos. Ahí no hay cama para tanta gente. Por eso, desde los últimos meses del 2014, solicitan a los rescatistas particulares comprometerse con los animales que encuentran.
La ONG registra a cada gato o perro, le toman fotografías que suben a las redes sociales para facilitar que sean adoptados; luego contactan a quienes se quedan a cargo.
En estos días, Elba cuida de una cachorrita blanca, con moquillo. Su madre tenía huellas de maltrato, vivían con un adulto mayor. Llegó a sus manos desnutrida y ahora luce linda, incluso le compró una chompa con los colores de la selección. El lunes 20 de abril la llevó a un chequeo, en una canasta plástica, acondicionada como camita, con cobijas.
No todos los animales que acoge en su hogar se ven tan saludables y bonitos. Los ojos de la mujer se llenan de lágrimas cuando habla de Sofía, una de sus huéspedes. Parecía ser una perra salchicha, pero era mestiza. “Vecina deme un tabaco, solo tengo 10 centavos”, le dijeron unos muchachos, que al no tener dinero para pagar le entregaron al animal. Tenía una hernia, que hizo necesarias dos cirugías.
La perrita se convirtió en otra compañera de Elba. “Le cantaba ‘Angel’, de Jhon Secada y me respondía con abrazos. Le enseñé a salir a las 06:00 y a las 19:00 a dar un paseo para que no se ensucie en la casa”, comenta. La gente del barrio siempre le dice que les parece que tiene paciencia de santa pues siempre está detrás de los animales, limpiando las heces con paños húmedos, recogiendo todo…
Carlos Realpe, de PAE, recibe a un perro lastimado que trae Lupe Armas.
Sofía ahora convive con una familia que la necesita. Su actual dueña perdió a dos bebés y fue la quinta persona que llamó a Elba, preguntando por la posibilidad de adoptar a la perra. Ella suele hacer muchas preguntas y advertencias, para estar segura de que en realidad sus interlocutores sabrán cuidar de los animales. Les comenta que necesitan comer alimento especial, que deben ser esterilizados, que no pueden estar en la calle y que no destruyen muebles, son como niños, que con amor y enseñanzas aprenden costumbres… Quienes en realidad quieren comprometerse continúan el proceso.
“La dueña de Sofía hace poco se encontró otra perra muy parecida a ella y decidió quedarse con ambas. A mis perritos les digo que no se depriman, que estén tranquilos, Sofi está bien”, reitera.
Hace algo más de un mes se encargó de cuatro gatos de una semana de nacidos, que le entregaron en PAE. Al hacer seguimiento de la familia que se llevó a uno descubrió que no eran la indicada. Cuando le respondieron la llamada sin querer dejaron un mensaje de voz en su celular, en el que se escuchaba que la señora de la casa le increpaba a su esposo porque era difícil y costoso cuidar al felino. Elba no esperó más, fue a recuperar al gatito y el fin de semana pasado ya le consiguió un mejor hogar.
En PAE es común encontrarse con ciudadanos que creen que la organización tiene la obligación de hacerse cargo de animales que ellos encuentran en la calle. Al enterarse de cuál es el procedimiento se molestan. Pocos aceptan comprometerse y encargarse de ellos hasta que encuentren dueños. A veces los primeros trabajadores o voluntarios en llegar a PAE en la mañana se encuentran con un perrito amarrado a uno de los árboles de la entrada de la casa. También es común que les lleven animales maltratados, heridos, atropellados…
David Usihiña, de 22 años, vive en la zona de El Tejar, en el centro. En la mañana de ayer 20 de abril caminaba por la avenida Occidental, ya que trabaja en Pizza Hut en la tarde. De pronto escuchó unos maullidos, que salían de una caja sellada con cinta adhesiva y con huecos a los lados. La abrió y encontró dos gatitos grises, de más de un mes de nacidos. Los llevó a PAE, donde le iban a practicar varios exámenes, entre ellos uno de sida felino. El virus de Inmunodeficiencia Felina (VIF) se contagia de gato a gato a través de fluidos orgánicos como la sangre y la saliva. No se puede pasar a los humanos.
David Usihiña rescató a dos gatitos colocados en una caja en la av. Occidental.
David tiene un gato y un perro. No tiene espacio para más animales. “No quiero que estén en la calle. Me dio tanto sentimiento encontrarlos en una caja, son unos niños, unos pequeños gatos. Si pasan las pruebas podrán quedarse en el PAE. Yo no puedo conservarlos. Pero les compré alimento para este día”.
Esa es una de las historias que se repiten todos los días, más que nada los lunes, ya que la gente rescata animales el fin de semana. En PAE también es posible encontrarse con personas que buscan mascotas.
María Fernanda Vergara buscaba un cachorro, que sea de tamaño mediano. “Los perros no deben ser un negocio. No estoy de acuerdo en comprar animales. Mi madre tiene una perra pequeña. Queremos adoptar uno, para cuidarla con mis hijos de 4 y 6 años. Ellos están muy emocionados. Es el sueño de todo niño, les ayuda a ver que no son un juguete, hay que cuidarles, darles alimentación y más que nada amor. Ayer llenaron un registro y debían estar pendientes de la respuesta de PAE.
Los amigos de los animales encuentran en PAE un lugar que les brinda respuestas. Lupe Armas, de 52 años, suele acudir. Hace cuatro años sufrió por la pérdida de su perro Bruno. Todavía llora cuando habla de él. Mientras lo buscaba en el parque de La Raya y en varios sectores del sur se dio cuenta de que había muchos animales en la calle. Nunca lo encontró. Pero el dolor le hizo tomar la decisión de ayudarlos. Vive en una casa dentro de un conjunto, tiene cuatro perros pequeños y dos grandes.
No puede acoger a ninguno más, sus vecinos se molestan porque ladran mucho. Ella vive en Chillogallo y cuando pasea por la zona no se fija en nada más. Sus ojos van hacia los animales; todos los días les ofrece croquetas y también lleva comida casera a un parque. Al principio compraba alimento por libras, ahora adquiere un bulto grande de USD 40, al mes.
Ayer, 20 de abril, acudió con un perro grande, que lucía golpeado. “Ese perrito era tímido, no quería ni comer. Han pasado 12 días y se acercó a mí, así que lo traje en el auto de mi esposo. Tiene heridas, como que le falta un pedazo de su piel, quiero que lo curen. No puedo recibir a más animalitos en casa”, dijo.
“A este perrito le vimos el jueves en El Tejar. Le recogimos el sábado, parecía muerto sobre la hierba”, contó Ana Ortega. El perro no levantaba su cabeza. Lo llevaron a un veterinario, quien le inyectó un medicamento contra la infección. Pese a su gran tamaño no intentó atacar a ningún miembro de esta familia, que tiene dos niños de 11 y 13 años. “Ya tenemos tres perros, no podemos encargarnos de él, pero no podíamos dejarlo solo; parece que fue atacado por otros perros”.