El martes pasado, de manera sorpresiva, el canciller Fander Falconí presentó la renuncia irrevocable de sus funciones. En diciembre se había insinuado su salida, en una presunta oxigenación del gabinete, supuesta para fines del año. Tal predicción no se cumplió. La renuncia del martes, en cambio, fue claramente motivada.
El sábado último, el presidente Correa calificó de ‘vergonzosa’ la negociación hecha por el Ecuador para obtener el apoyo financiero y político necesario para el proyecto Yasuní o ITT.
La comisión encargada de este asunto estaba integrada por personas de incuestionables honestidad y patriotismo, con amplios conocimientos y experiencia en la materia, respetadas nacional e internacionalmente.
El proyecto puede ser económicamente cuestionado, pero es novedoso e interesante. El Ecuador se compromete a no explotar una gran reserva petrolera contribuyendo así a evitar la contaminación ambiental y, como contrapartida, pide a la comunidad internacional beneficiaria de esta decisión altruista, crear un fondo fiduciario precisamente para financiar proyectos energéticos sanos.
El presidente Correa, después de condenar la negociación por considerarla lesiva a la soberanía nacional, pidió a los países eventualmente donantes -de manera descomedida- que guardaran para sí sus dineros.
Los vaivenes gubernamentales demuestran que no ha existido una política clara en esta materia. El apoyo a la idea conservacionista original fue relativizado luego con plazos que se quisieron ‘soberamente’ aplicar a los donantes, plazos que variaron al ritmo del humor del mando. A pesar de esto, el trabajo de la comisión negociadora empezó a rendir frutos: algunos países europeos anunciaron su disponibilidad para contribuir al financiamiento del proyecto y, como es obvio, pidieron que no quedara exclusivamente en manos del Gobierno la decisión sobre el destino de los fondos que entregarían.
Encontrar en estos parámetros algo que pueda ser calificado de “vergonzoso” equivale a no tener conciencia del significado de las palabras. Pero, si en efecto hubiese habido una exigencia inaceptable para el Ecuador, los caminos para enmendarla no podían ser los de la descalificación pública de los actores ecuatorianos y extranjeros en el proceso, incluso de la ONU. Los ecuatorianos ya respondieron, en un encomiable gesto de dignidad, renunciando a sus encargos. Los extranjeros estarán, seguramente, analizando las ofensivas expresiones presidenciales y revisando su decisión de apoyo. En todo caso, el proyecto ha perdido mucho de su viabilidad, víctima de la boca presidencial.
Ya dirá el señor Correa que ha sido mal interpretado o que una conspiración internacional ha actuado contra Ecuador. Y el ITT será la enésima primera piedra inaugurada por el Régimen.