Al área de rehabilitación del Hospital Verdi Cevallos, de Portoviejo, asisten los pacientes que sufrieron lesiones tras el terremoto de abril pasado. Foto: Wladimir Torres/EL COMERCIO
Un paso a la vez. Sin desesperarse, avanza entre las barras metálicas de la sala de rehabilitación física del Hospital Verdi Cevallos, en Portoviejo (Manabí). Atrás quedaron las muletas que se niegan a dejarla, al menos por ahora.
Olga María Zevallos tiene 20 años, pero parece una chiquilla de colegio. Habla poco, aunque casi siempre sonríe. Y por eso para muchos de sus compañeros de terapia resulta difícil comprender su fortaleza.
El 16 de abril esperaba con sus padres a su hermano mayor afuera de una farmacia en el centro de Portoviejo. El edificio se desplomó y únicamente dos columnas quedaron en pie para sostener parte de la losa. “Estuvimos atrapados por 12 horas. Nos salvamos, aunque mi pierna se fracturó”.
Su tibia derecha se fragmentó en tres partes y perdió parte del peroné. Durante cuatro meses intentaron salvarle la pierna en el Hospital Eugenio Espejo, en Quito. “Me hicieron colgajos, injertos, limpiezas, pero no fue posible; me dio osteomielitis. El 10 de agosto tuvieron que amputarla”.
Un mes más tarde empezó terapias de fortalecimiento muscular en el Verdi Cevallos. Aquí comparte las barras, escaleras y otros equipos con mujeres y hombres, ancianos y niños, todos marcados por el terremoto. Todos se esfuerzan por reconstruir sus vidas, como Juan Zambrano, de 75 años, y Rosa Barreto, de 76.
Él quedó atrapado en un corredor que los escombros de su casa formaron a su alrededor. Ella quedó herida en un edificio de la Zona Cero de la capital manabita. Juan se esmera en los ejercicios para mejorar la movilidad de su pie derecho. Y Rosa quiere dejar la silla de ruedas; también se fracturó la pierna derecha.
De los 200 pacientes que asisten cada día a terapias en este hospital -uno de los más grandes de Manabí– 15 sufrieron lesiones por el sismo. Poco después de abril eran 30.
La mayoría tuvo fracturas en piernas, como explica el fisiatra Abel Giler. “También hubo fracturas de brazos y traumatismos de cráneo, en menor grado. Todos van mejorando”.
El tratamiento se inicia con una consulta. Luego asisten a electroterapias, y cuando logran más estabilidad muscular pasan a terapia mecánica y ejercicios de gimnasio. Y la terapia ocupacional les ayuda a recuperar su independencia.
Hugo Peña llega cada día a las terapias en su taxi. Estaba frente al volante el día del terremoto y cuando corrió hacia la calle resbaló sobre un cable de alta tensión. “Solo sentía que el brazo derecho me ardía. Nunca lo vi, hasta el día que fui al quirófano del Andrade Marín (Quito). No había piel y ese día me amputarían la mano”.
Pero cuando los médicos le pidieron que moviera los dedos, lo hizo. Así que cambiaron el plan de cirugía; esa fue la primera de 15 operaciones.
Es martes y la fisioterapista Maricela Sornoza lo motiva a enganchar 10 pinzas en una esponja. Parece sencillo, pero Hugo suda y calcula cada movimiento. “El problema se ve en cosas sencillas -dice Sornoza-. Pero aprenden a adaptarse para recuperar su vida”.
Gina, la esposa de Hugo, comparte cada avance por pequeño que sea. Cuenta orgullosa que el hombre de 57 años aprendió nuevamente a abotonarse la camisa, a amarrarse los zapatos… “No creo que quedaré como antes -dice Hugo- pero me esfuerzo por mejorar. Por eso ando en mi taxi, para no perder la costumbre”.
Y en su taxi lleva a Olga de regreso a casa. Los pacientes del terremoto han creado un fuerte vínculo. Conocen entre sí sus historias y se apoyan como una familia, aunque solo se ven en el hospital.
David Flores pronto dejará el bastón. El caos en la Zona Cero de Portoviejo le dejó una herida en el pie derecho y pasó por dos cirugías reconstructivas.
Pensaba que no se recuperaría, pero dejó la silla de ruedas y luego las muletas. Pese a su rápida mejoría, la depresión a ratos envuelve a este joven de 20 años. Entonces, sus compañeros de terapia le inyectan una dosis de ánimo. Solo así empieza a hablar de sus planes para terminar el colegio y conseguir un empleo.
Su madre, Mikaela Ponce, también quiere trabajar. No se queja de la atención médica, pero sí reclama más apoyo para los afectados. “Lo perdimos todo. Vivimos con un bono que pronto se acabará; mejor sería tener un negocio propio”.
En cambio, Francisco Zambrano espera que reconstruyan su casa en el cantón Rocafuerte. El agricultor de 78 años sobrevivió al colapso de su vivienda, que le dejó una herida de seis puntos en el pie derecho. “Ya camino y hasta trabajo. Pero no tengo dónde vivir”.
Olga no se queja. El terremoto le arrebató a su mamá, quien murió cerca de ella. También le quitó a Pedro, su único hermano. Pero está decidida a dar un paso a la vez. Ya regresó a la universidad y está lista para recibir una prótesis.
En contexto
Entre abril y octubre, el Ministerio de Salud registró 84 103 atenciones de rehabilitación física en cuatro hospitales manabitas. Electroterapia y ejercicios terapéuticos son los tratamientos a los que se suman las víctimas del sismo.