Carlos Pazmiño y Carlos Sánchez (primero y segundo desde la izq.), vigías del volcán, recibieron un homenaje. Foto: Glenda Giacometti / El Comercio
Carlos Sánchez, exbombero y vigía de la Casa del Árbol en el cantón Baños de Agua Santa, cambió radicalmente su vida al instalarse en el cerro de Runtún y convertirse en el vigilante de la Mama Tungurahua.
Él forma parte de los 20, de un total de 44 vigías de las provincias de Tungurahua y Chimborazo, que fueron reconocidos ayer por el Servicio Nacional de Gestión de Riesgos y Emergencias. Su mérito: el trabajo desarrollado en estos 18 años del proceso eruptivo del volcán Tungurahua.
Ellos recibieron un diploma, un botón y una gorra institucional como agradecimiento a su labor durante estos años.
Al rememorar sus anécdotas, Sánchez contó que por dedicarse las 24 horas del día al monitoreo del coloso casi le llega el divorcio. “Para eso nunca estuve preparado, pero sí para vigilar al volcán”.
Entre lágrimas, recordó que durante tres semanas no bajó a su casa en Baños. Por ello su compañera, con quien lleva 50 años de casado, pensó que se fue con otra y por eso ella le preparó sus maletas para que se marchara. Con ‘ayuda de un periodista’ que llegó a la Casa del Árbol logró reconciliarse.
“Bajó a mi casa para entrevistarla y mi esposa le preguntó: ¿dígame si está solo o con otra mujer? El periodista -relató Sánchez- le dijo que sí estaba con una ‘mujer a la que atendía las 24 horas’. Cuando le preguntó quién era, le respondió la Mama Tungurahua”.
En los 18 años del proceso eruptivo, este vigía de 75 años recopiló muestras de ceniza de 33 emisiones. Las guardó mientras realizaba la limpieza de los equipos del Instituto Geofísico instalados en el volcán. Eso muestra a turistas que arriban desde China, Japón, EE.UU., entre otros países.
Aunque el 16 de diciembre del año pasado se declaró la alerta blanca en el macizo, por la baja actividad eruptiva, los vigías del Tungurahua aún llevan radios portátiles de comunicación, visten chalecos naranja y zapatos de montaña.
Así se mantienen en alerta ante una posible emergencia en sus comunidades. “Aún son los vigías y los ojos del volcán, con su ayuda detectábamos todo lo que la tecnología no podía revelarnos”, dijo Silvia Vallejo, técnica del Instituto Geofísico, quien asistió al evento de reconocimiento en la Casa del Portal, en Ambato.
Desde la estación, los técnicos de Guadalupe (Patate) miraban lo que ocurría en el flanco norte del cráter, apoyados con los equipos instalados en el edificio volcánico.
Mientras que con los informes de los centinelas, los especialistas sabían el espesor de la ceniza de las emisiones, la intensidad de las explosiones, caídas de ceniza y el descenso de flujos piroclásticos.
Carlos Pazmiño, de 60 años, es otro de los centinelas situados en Penipe. Trabaja en el departamento de Gestión de Riesgos del Municipio local, en Chimborazo, y es conocido como ‘Charly Papa’.
Para él, los momentos más tristes de estas erupciones fueron cuando el expresidente Jamil Mahuad ordenó la evacuación de Penipe y otros sectores en octubre de 1999. También, cuando en el 2006 hubo una explosión y descenso de piroclastos, que dejaron víctimas mortales. “Pensamos que a Palictahua nunca llegaría el material, pero los flujos se desviaron y ahí murieron seis personas. Solo cuatro cuerpos fueron rescatados”.
En noviembre, los vigías de Chimborazo y Tungurahua compartirán sus conocimientos y experiencias, y serán los capacitadores de sus pares en Cotopaxi y Pichincha. Ellos son vigías de El Manzano, Palictahua, Chonglontus, Capil, Pachanillay, Runtún, Chacauco, Cusúa y otros poblados.
Para Patricia Larrea, coordinadora Zonal del Servicio Nacional de Gestión de Riesgos y Emergencias, los vigías se mantendrán como los ojos del volcán y se efectuará una evaluación de los equipos.
Otro intercambio de experiencias se planifica con los 44 centinelas del volcán Cotopaxi. “Vamos a realizar un conversatorio y en base a sus vivencias trazaremos la ruta de capacitaciones”, dice Larrea.
En El Manzano (Puela), el vigía Pablo Sánchez recordó que en 1999 se perdieron toda la producción y los animales.
Pero no todo fue malo. Ahora los vigías son más unidos porque aprendieron a convivir con el volcán Tungurahua.