En el Centro de Educación y Gestión Ambiental de La Delicia se clasifican los materiales reciclables que se recogieron en el norte de la ciudad. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
Solo el 10% de la basura que se genera en Quito se recicla de alguna manera. Todo lo demás –comida, papel, botellas, aparatos, ropa vieja…– se echa al mismo tacho y va a parar al mismo relleno sanitario del Inga. Ese proceso no solo es una condena a largo plazo contra el ambiente, sino que además representa un costo millonario.
Recoger cada tonelada de basura le cuesta a la ciudad unos USD 40 y cada día se recolectan 2 000 toneladas. A esto hay que sumar el costo de la ampliación de un nuevo espacio para colocar y tratar los desperdicios: USD 2 800 000. Y solamente durará 15 meses.
El dinero que se necesita para realizar todo ese proceso sale del bolsillo de la gente que vive en la capital, de las mismas personas que al inicio de la cadena prefirieron no separar los materiales reciclables.
La ruta de la basura comienza cuando una persona saca su funda a la puerta de su casa. Un camión recolector de Emaseo la retira y deposita en dos estaciones de transferencia, uno en la Forestal y otro en Zámbiza. De allí es llevada al relleno.
En promedio, cada persona que vive en la capital genera al día 0,79 kilos de basura. Con la cantidad de desperdicios que llega al Inga se pudiese llenar en dos semanas dos estadios.
Si en Quito hubiese una cultura de reciclaje llegaría un 24% menos de basura, el relleno duraría más y la ciudad ahorraría. Así lo explica Santiago Andrade, gerente de Operaciones de la Empresa Metropolitana de Gestión Integral de Residuos Sólidos (Emgirs), que maneja el relleno.
El Municipio desarrolla proyectos con miras a mejorar esa dinámica: reciclaje a pie de vereda, puntos limpios, Quito recicla… Entre todos, se reúnen 200 toneladas de material reciclable al mes; es poco si se compara con las más de 50 000 toneladas de basura que se recogen en ese mismo lapso, según Juan Pablo Muñoz, director de Operaciones de Emaseo.
Los proyectos municipales tienen además un fin social. Entre todos emplean a 110 gestores ambientales, antes llamados minadores. Allí tienen uniforme, trabajan menos y reciben más ganancia que cuando trataban de pescar algo en los basureros de las calles. Pero en Quito existen 3 000 personas que reciclan informalmente.
Se los ve a toda hora, escarbando en los desperdicios. El 60% de ellos son mujeres cabezas de hogar. Y el 20% son personas de la tercera edad.
Una vez que la gente saca las fundas a la calle, antes de que pase el recolector, ellos, con ese trabajo silencioso y a veces mal visto, logran recolectar el 9% del potencial reciclable, lo que según Muñoz representa una ayuda para Quito.
Carlos Sagasti, especialista en gestión de residuos, destaca el tratamiento que recibe la basura de la capital en el relleno sanitario, más aún cuando en todo el país el 70% de las ciudades depositan sus desechos en botaderos, sin tratamiento. La situación es similar a lo que ocurre en Perú o en Bolivia.
El problema de la basura y del reciclaje, dice, no ocurre solo en el país, sino en casi todo el mundo: Suecia, Noruega, Finlandia, Dinamarca, Alemania y Holanda son la excepción. Las cifras muestran que en Suecia, por ejemplo, se está disponiendo en rellenos menos del 2% de los residuos. Mientras en Quito, va aparar al relleno casi el 90%, descontando el reciclaje formal e informal.
Eso se debe, básicamente, a que en Europa se comenzó a difundir una conciencia de reciclaje hace más de 20 años.
Según Sagasti, se deben implementar normas de reciclaje y aprovechamiento que fomenten el hábito de separar los residuos en casa. Además, debe tomarse en cuenta la responsabilidad de las empresas privadas. Es lo que se conoce como responsabilidad extendida del productor. “Si soy fabricante de baterías, la ley me dice que soy responsable cuando mi producto se convierta en residuo”. La empresa privada debería buscar formas de armar modelos de reciclaje.
Además, según Sagasti, la basura es un buen negocio. De los desperdicios de la capital podían aprovecharse 600 toneladas. Cada tonelada cuesta más de USD 100. La ciudad podría ganar al menos 60 000 diarios.
Andrade asegura que se está construyendo la Planta de Separación de Residuos Sólidos Urbanos, que funcionará en La Forestal, para que las 700 toneladas diarias que llegan a este lugar pasen por una banda de separación y se seleccione el material reutilizable. El plan arrancará a finales de año.
“Si la gente entendiera que hablar de reciclaje no solo es hablar de basura sino de dinero, quizás las cosas cambiarían. A nadie le gusta que le toquen el bolsillo”, reflexiona el ambientalista Joselo Salas, quien asegura que de nada sirven los proyectos municipales si la gente no aprende a reciclar con la misma naturalidad con la que cierra la llave del agua.
El Inga recibe la basura de Quito