Los partidarios del ‘no’ celebran hoy, viernes 19 de septiembre de 2014, en Edimburgo, Escocia el rechazo a la independencia de Reino Unido. Foto: EFE
Aunque estuvo cerca de la separación, al final la unión de países de más de 300 años se mantiene intacta: por un margen de 55,3 % a 44,7 % el pueblo de Escocia votó a favor de permanecer en el Reino Unido.
Hace solo unos meses casi nadie contemplaba seriamente la posibilidad de que Escocia votaría por la independencia y abandonaría el Reino Unido, pero con una encuesta de hace dos semanas que por primera vez puso la campaña del Sí marginalmente por delante, el establecimiento británico entró en pánico: ¿Encontraría Escocia realmente la puerta de salida?
Para mí, esta decisión excepcional se basaba en tres áreas principales de debate: la economía, una historia compartida y la justicia social. Otras cuestiones como la defensa (los submarinos nucleares del Reino Unido están basados en Escocia) y la pertenencia a la Unión Europea surgieron pero es poco probable que hayan cambiado la intención de voto de los escoceses.
La campaña del No se centró en gran medida en los riesgos para la economía escocesa que implicaría “actuar solos” en el mundo, en particular en lo relacionado con la moneda. La pregunta era si era factible un tipo de unión monetaria con Inglaterra, como aquella que propuso el Partido Nacionalista escocés.
El Parlamento británico negó la posibilidad, sugiriendo que Escocia se quedaría entonces utilizando la libra esterlina informalmente, de la misma manera que Ecuador utiliza el dólar estadounidense: sin ningún acuerdo formal con los EE.UU., una situación intrínsecamente inestable. Sin soporte para unirse a la zona euro debido a sus dificultades actuales, la única otra opción era una nueva moneda.
El otro debate económico importante tuvo lugar alrededor de las reservas de petróleo que se encuentran en las costas de Escocia: ¿Hasta cuándo están destinadas estas reservas a durar? y ¿serán suficientes para apoyar la economía de Escocia en el futuro? Los riesgos de ser un país pequeño en el medio de un mundo inestable y el impulso de continuar haciendo uso de la poderosa libra británica parece haber inclinado la balanza para muchos votantes.
La segunda cuestión importante impulsada por la campaña del No fue la orgullosa historia de Escocia como parte del Reino Unido. En la época de oro del Imperio Británico y de la revolución industrial en el siglo XIX, los escoceses jugaron un papel líder como inventores, académicos y soldados.
Luego, en el siglo XX, la lucha conjunta de Inglaterra y Escocia en las dos guerras mundiales contra Alemania dio origen a los mitos románticos que siguen uniendo las almas de los dos países. En el período de posguerra, el establecimiento del estado de bienestar y, en particular, del Servicio Nacional de Salud público resultó tanto del esfuerzo de los políticos escoceses como de los británicos.
Pero a partir de la década de los 70s los impulsos nacionalistas se hicieron más fuertes en la medida en que surgieron preocupaciones en materia de justicia social y de igualdad. Y este es el tercer tema importante que definió el resultado del referéndum y la razón por la cual éste fue relativamente estrecho: si bien hay poca certeza sobre el futuro económico -hay buenos argumentos a favor y en contra-, la preocupación por el aumento de la desigualdad activó un número sin precedentes de votantes que a menudo no se molestan en votar y que quisieron registrar su opinión sobre el futuro.
El nacionalismo escocés moderno no se basa en el racismo o en un sentimiento de superioridad sino en el deseo de los escoceses de que su país sea más justo, más igualitario, cosa que lograría si no fuera por las imposiciones de una clase política fundamentalmente conservadora en Londres.
Los votantes del Si entonces, no estaban irrespetando una gran historia compartida, ni ignorando las preocupaciones sobre el futuro económico de una Escocia independiente, sino afirmando que hay más posibilidades de mejores empleos, mejor educación, mejor salud y, en general, de una sociedad más justa si los votantes de Escocia, y solo ellos, eligen sus propios destinos.
Al final, sin embargo, la mayoría votó a favor de seguir siendo parte de la Unión y aunque me pareció que la justicia social habría sido mejor servida por la independencia, una parte de mí está tranquila. Con todos sus defectos, el Reino Unido es un gran país y el mundo hubiese sido un lugar diferente sin él.
Lo que ocurra ahora será interesante, no sólo para Escocia, sino para Inglaterra y Gales también. Como parte de una reacción de pánico ante la perspectiva de la independencia, los principales partidos políticos del Reino Unido hicieron un “compromiso solemne” a los escoceses de que a cambio de un No se les ofrecería la transferencia de competencias sin precedentes, incluyendo el establecimiento de sus propias cargas impositivas. Pero esto plantea cuestiones más amplias para el Reino Unido.
Si Escocia gestiona su propia salud, la educación (las universidades son gratis en Escocia pero no en Inglaterra), el control a la delincuencia e incluso el impuesto sobre la renta, ¿por qué no podría Gales tener las mismas prerrogativas?
Todos los bandos en este debate reconocen que la campaña del referéndum ha llevado a un renacimiento democrático en Escocia, con algunas regiones del país registrando un votación del 90%. Un hombre de 73 años procedente de Glasgow dijo que votaba por primera vez, porque “hoy mi voto vale algo”. La pregunta es, ¿esta ola de la democracia se extenderá a otras partes del Reino Unido? ¿De Europa? El tiempo lo dirá.