Tras subir por la empinada calle El Placer, se llega al Yaku, Museo del Agua. Funciona en donde estaban desde 1913 los primeros tanques de recolección y purificación de agua de Quito.
Visitar el Yaku puede ser una alternativa para cumplir dos objetivos al mismo tiempo: sensibilizarse sobre el uso del agua y disfrutar de una maravillosa vista de la ciudad. Dentro del edificio hay espacios interactivos que traen a la memoria las enseñanzas de la escuela sobre la composición del agua y otros aspectos.Pero una de las cosas que más llaman la atención son los grandes ventanales, a través de los cuales se divisa el Centro Histórico de Quito, en todo su esplendor. Al mirar desde arriba La Catedral, el Centro Cultural Metropolitano, o los antiguos conventos, se puede entender el porqué del nombre del barrio quiteño.
Cuenta la historia que fue allí donde el inca Huayna Cápac tenía su casa de descanso y donde el conde Ruiz de Castilla tenía una quinta. La imagen de nevados, montañas y volcanes atrapa la atención. El frío viento que corre por el lugar y el trinar de los pájaros que habitan en el sendero ecológico completan la distracción.
Una familia lojana escogió al Yaku como uno de los sitios turísticos de Quito para visitar. Violeta Aguirre dejó que su niña Lucía jugara en las aguas saltarinas del patio, en compañía de su amigo Felipe Aguirre, mientras ella se acomodaba en el mirador para disfrutar del paisaje. “Todo está hermoso aquí, pero lo mejor es la vista de Quito”, decía, mientras tomaba fotografías.
Su esposo, Andrés Costa, disfrutaba de las altas torres de la Basílica.También se deleitaba de los patios y cúpulas de las iglesias del Centro. Andrea Cabrera los acompañaba y aprovechó el momento para fotografiar a la pareja con el paisaje de fondo.
Según Lucía López, funcionaria de Yaku, el museo recibe entre 12 000 y 14 000 visitas mensuales. Desde allí pueden contemplar desde una perspectiva diferente lugares como El Panecillo o La Cima de la Libertad.
Pero, además de eso, los turistas pueden bajar por un sendero distribuido en 2000 metros cuadrados para adentrarse en la naturaleza. El olor de las bromelias se siente al ingresar a este lugar concebido como un espacio de restauración ecológica.
Especies nativas como pecuneros, aretes, siete cueros, isú o floripondios están en este camino lleno de vegetación. Al recorrer por allí, no se siente más el frío que corre en lo alto. Con suerte, el visitante se puede cruzar con una ardilla o un mirlo en el camino. También puede entrar a un sendero de madera, por el cual se puede acceder a otro mirador, entre animales y flores.
Al regresar del paseo por el sendero ecológico, el cansancio se siente por la cuesta, pero la familia lojana termina feliz.
Al final del recorrido se aprende sobre la importancia de cuidar el agua, se disfruta de la arquitectura colonial del centro y se lleva fotografías para el recuerdo.