Los jueces le dijeron que perdió la pelea. Él se enojó y se bajó del cuadrilátero. No quería hablar con nadie. Su cuerpo estaba empapado en sudor. Bebió una gaseosa helada. Tenía calor. En el camerino, se bañó en agua fría.
“De pronto sentí que mi cuerpo se entumecía, que no se movía. No me acuerdo más. Me desperté en el Hospital Eugenio Espejo. Aquel cambio brusco de temperatura corporal me causó una parálisis en el lado izquierdo del cuerpo”, recuerda Wilson Mullo, quien en la década de los setenta y ochenta fue uno de los boxeadores más reconocidos del país.
Consiguió títulos nacionales e internacionales. En el hospital le diagnosticaron trombosis. Esa enfermedad, que afecta a los vasos sanguíneos, le impidió ir al gimnasio, correr largas distancias, alzar pesar con frecuencia… No pudo volver a entrenarse y buscó trabajo fuera del cuadrilátero.
Se dedicó a la plomería y a la construcción hasta que le sometieron a dos operaciones en el cerebro. Esa realidad le obligó a buscar trabajos menos forzados. Desde entonces es ascensorista en el edificio del Consejo Provincial.
‘Don Mullito’, como lo llaman, actualmente está en el ascensor ‘privado’, que solo puede ser utilizado por el prefecto Gustavo Baroja y por sus asesores. Lejos del contacto con el sol, encerrado en una caja gris y sentado en un asiento verde, Wilson Mullo se pasa los días. Es uno de los cuatro ascensoristas que trabaja en ese edificio del centro.
Tras un saludo a sus pasajeros, pregunta a qué piso se dirigen y posteriormente presiona el botón de cerrar puertas y el número solicitado por los usuarios.
Junto al ascensorista están dispuestos los 21 botones de los diferentes pisos del edificio. En la parte posterior está dispuesto un amplio espejo y en la parte superior izquierda, se aprecia un medidor de temperatura y otro botón rojo que registra la hora. Además, en letras grandes y rojas, el letrero recuerda a sus pasajeros que solo pueden ingresar un máximo de 14 personas y el peso permitido, por seguridad: 1050 kg.
De lunes a viernes, Mullo llega muy temprano al edificio. Se levanta a las 04:30 y una hora después se dirige a su trabajo. Vive en Guamaní, en el Barrio Santo Tomás. Su horario de trabajo se extiende desde las 07:00 a las 13:00 y de 14:00 a 19:00. Su sueldo supera los USD 500, “por mis años de servicio y por mi antigüedad en la institución”, aclara con una expresión de seriedad.
Con un intercomunicador en mano y con una sonrisa amable en su rostro, este quiteño de 61 años recuerda una de sus anécdotas al quedarse encerrado en la enorme caja gris. “Hace unos meses se fue la luz en el edificio y nos quedamos encerrados durante una hora, con dos mujeres y dos hombres más. No venía la luz y no podíamos salir, en plena oscuridad nos tocó hacer fuerza para abrir las puertas”, cuenta con detalles, entre risas.
‘Don Mullito’ siempre viste formal: terno, camisa, corbata y zapatos bien lustrados. “Tenemos cuatro ternos, cinco corbatas y cinco camisas: blanca, amarilla, azul, celeste y anaranjada. Los zapatos deben estar muy brillantes, para recibir con elegancia y respeto a todo aquel que yo tenga que acompañar en su trayecto”.
Es hincha del Deportivo Quito. Lo primero que hace al llegar a su sitio de trabajo es limpiar el piso y las paredes del ascensor. Ya en casa, su día concluye con un baño en agua muy caliente.