Un centenar de voluntarios está listo para la gran procesión en Quito

La imagen de San Juan reposa en la sacristía del Convento de San Francisco, la de Jesús del Gran poder en el altar del templo principal del convento franciscano y la de la Virgen de los Dolores en el altar de la capilla de Villacís. Fotos: EL COMERCIO.

La imagen de San Juan reposa en la sacristía del Convento de San Francisco, la de Jesús del Gran poder en el altar del templo principal del convento franciscano y la de la Virgen de los Dolores en el altar de la capilla de Villacís. Fotos: EL COMERCIO.

La imagen de San Juan reposa en la sacristía del Convento de San Francisco, la de Jesús del Gran poder en el altar del templo principal del convento franciscano y la de la Virgen de los Dolores en el altar de la capilla de Villacís. Fotos: EL COMERCIO.

El polvo que generó la construcción de la estación del Metro, en San Francisco, cubrió completamente la bodega donde se guardan los elementos que forman parte de la Procesión de Viernes Santo.

Todo lo que reposa en su interior se forró –como nunca antes había ocurrido– de una capa opaca, por lo que los voluntarios de Jesús del Gran Poder debieron limpiar todos los estandartes, cruces y andas.

La habitación donde se guardan esos elementos, ubicada en la parte trasera del Convento de San Francisco, se abrió el sábado pasado (24 de marzo del 2018), cuando cerca de un centenar de voluntarios comenzó con los preparativos para la procesión de hoy (30 de marzo), que atrae a 250 000 personas.

A sus 82 años, a Vicente Quinaluisa le sobran fuerzas para mover los enormes maderos que sostienen el toldo que cubre a las tres imágenes que forman parte de la peregrinación.

Con un trapo, recorre cada objeto: un estandarte y tres escudos que encabezan la procesión, los faroles que se colocan en cada esquina de las andas, los parlantes y un palo alto que sirve para levantar los cables de luz y permitir el paso de las imágenes.

Lo hace con fe. “Saben que si un devoto toca uno de estos elementos, puede ocurrir un milagro. Puede sanarse de una enfermedad. Pero el que hace el milagro es Dios”, dice seguro de cada palabra.

Para ubicar las tres andas en el patio, es necesario que unos 15 voluntarios las empujen con fuerza. Cada una pesa 6 toneladas. Las andas más grandes son las que llevan la imagen de Jesús. Se construyeron sobre el chasís de un auto de 1957, al igual que las andas de María. Conservan sus ruedas, volante y un asiento; no tienen motor.

La fuerza de impulso la dan los 20 devotos que las empujan. Esa es su penitencia.

Las andas de San Juan, igual sin ruedas, son llevadas sobre los hombros de los alumnos del Colegio San Andrés.

Empujar las estructuras no es fácil. En cuestas como la de la calle Vargas, desde la Manabí hasta la Basílica, y en la Esmeraldas hasta Santa Bárbara, deben hacerlo solo hombres jóvenes y fuertes.

Cada una de las andas tiene su historia. Jaime Beltrán, otro de los voluntarios, cuenta que fueron construidas por Mario Racines, y el repujado de todas (hecho en cobre) fue realizado por la familia Guaña, la única que hacía ese trabajos en esa época. Las andas están declaradas como bienes patrimoniales.

Las figuras de Jesús del Gran Poder, de la Virgen de los Dolores y de San Juan encabezan la procesión. Las tres están en San Francisco. Fray Jorge González, guardián del convento, cuenta que las dos primeras salen a las calles desde hace 58 años, y que la última se les unió hace siete.

Las esculturas de Jesús y de la Virgen (trabajadas en balsa) son réplicas de las imágenes de Sevilla y datan del siglo XVII. La figura de San Juan, en cambio, es nueva. González recuerda que la mandaron a esculpir al taller de Andrés López, en San Antonio de Ibarra.

La preparación para este gran evento, que empezó en 1961, es todo un ritual. Los voluntarios limpian, cargan, empujan, lavan, mientras recuerdan anécdotas. Siempre antes de iniciar los trabajos oran.

Durante todo el año, se reú­nen los sábados y reciben la palabra de Dios de parte de González. Es una forma -dicen- de suavizar el corazón.

La solidaridad y la entrega de los fieles son los valores que González rescata de la preparación. No solo por parte de los voluntarios, sino de los devotos. Gracias a eso, se pueden entregar 2 000 refrigerios a quienes ayudan a controlar el evento. Unos donan pan, otros queso, gaseosas o azúcar.

Analuisa asegura que la procesión trae bendiciones a su vida. “A mí me trae salud”, dice, mientras camina apresurado hacia otra bodega donde se guardan los 1 100 trajes de cucuruchos. Sufre de un problema en la próstata que le impide caminar, pero durante los preparativos y en la misma procesión, asegura, el dolor se va.

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