En La Tola Alta, los moradores se disfrazan de viudas y elaboran el testamento. Fotos: EL COMERCIO
Poco importa que el monigote quede perfecto. Lo que realmente tiene valor es que para darle vida al muñeco, se reúne la gente del barrio, los viejos amigos y cada uno aporta con algo: llevan ropa usada, periódicos, zapatos y cartón. Hacer el año viejo es para los vecinos de La Tola Alta, en el Centro de Quito, una minga.
Las calles de este tradicional barrio laten con mayor fuerza los últimos días del año. Un movimiento inusual se adueña de vías como la Valparaíso y la León. La cábala es irreemplazable: para que el año entrante traiga salud, dinero y amor, se debe armar al viejo, vestirse de viudas y hacer el testamento.
Mauricio Gallardo nació en La Tola al igual que sus padres y abuelos. Tiene recuerdos de niño, correteando junto a las viudas y riéndose con sus ocurrencias. Hoy, a sus 36 años, además de ser presidente del cabildo, es una de las enlutadas del barrio: ‘Mi bella genio’.
Nada lo asemeja a la rubia delgada de la popular serie televisiva de los años 80. “Soy pequeño, negro y panzón”, bromea mientras muestra el traje que usa cada 31 de diciembre desde hace seis años: una sexi pupera, velos rosados y un pantalón de esos con los que se practica el baile del vientre.
La esencia de todo lo que hace Mauricio es compartir. Se reúne en su casa con sus viejos amigos: el ‘Gato’, el ‘Tello’, el ‘Pepe Lucho’, el ‘naño Fabio’, el ‘Pay’, y otros más. Se maquillan. Se visten con ropas de sus esposas o madres y entre carcajadas se acuerdan de anécdotas vividas ese año y de los kilos ganados. “Yo no era así cuando empecé a disfrazarme, pero los años no pasan en vano. Ahora aprovecho mi abultado vientre y les digo a los choferes que este guagua es de ellos”, bromea.
Al final de la noche reúnen más de USD 120. Pero admite que no son los mejores. En la calle León hay familias que se visten de viudas, usan uniformes y hacen coreografías. Tal es el espectáculo que llegan personas de otros barrios solo para mirarlos y admirarlos.
En La Tola Alta viven cerca de 5 000 familias. Los Márquez, los Llive y los Gallegos son quienes más se esmeran en la elaboración de los viejos.
Hace 15 años, la tradición de hacer monigotes empezaba a perderse por lo que la directiva inició una campaña para recuperar la costumbre.
Se organizaron concursos para elegir al mejor viejo y a la viuda más cómica. No hay premios económicos, la verdadera ganancia es mejorar la convivencia y hacer buena vecindad. Esa dinámica social, insiste Mauricio, es la que nunca se debe perder.
Los vecinos de La Ronda se disfrazaron de viudas, diablos y payasos por fin de año.
Todos estos rituales que rodean al 31 de diciembre forman parte de lo que Alfredo Armijos, historiador, llama riqueza cultural de la ciudad. Es una mezcla entre lo popular, lo pagano e incluso lo religioso.
Quemar el año viejo es una tradición que se mantiene por más de 150 años, pero que se ha perdido en varios sectores. Vestir al monigote entre la comunidad, con ropas viejas, para luego verlo arder, patearlo, o llorar junto al fuego, encierra una cosmovisión que se extendió al sur de Colombia y al norte de Perú.
Empezó con la elaboración de un muñeco relleno de aserrín, mal hecho, que recibía un velorio y se lo paseaba por las calles del barrio, casi siempre junto a una botella de licor vacía, pero con los años se volvió una forma de protesta ante el poder, una muestra de irreverencia.
Era casi obligatorio hacer un testamento, por supuesto, con sal quiteña. El escrito contaba, jocosamente, intimidades de vecinos, chismes que circulaban por las tiendas y noticias importantes de la ciudad. Hoy son pocos los barrios que aún mantienen esa tradición. Uno de ellos es La Ronda.
Ramiro Torres, de 49 años, es rondeño de cepa y presidente de la Asociación de Emprendedores Turísticos del barrio. Este año, el Grupo Juvenil se encargará de hacer el testamento y cuatro viejos ‘a la antigüita’; es decir, en grupo y con ropa usada cocida a mano. La noche del miércoles pasado se reunieron para definir el personaje. Será una sorpresa, aunque Torres adelantó que tendrá tinte político.
El testamento, esa carta humorística que deja el viejo que agoniza, será elaborado entre todos los vecinos y lo pegarán en las paredes del barrio.
Los guambras de esta agrupación se vestirán de viudas, se disfrazarán de payasos y diablos y animarán a quienes visiten el sector durante el fin de semana, desde las 20:00 hasta las 02:00 del día siguiente.
En San Enrique de Velasco, en el norte de Quito, además de hacer el monigote, de disfrazarse de viudas y de hacer un baile, se rescatan los juegos tradicionales. En las calles K, M y en la principal se jugará al palo ensebado y a los ensacados.
Toctiuco es otro de los barrios que se esmera por no perder esa costumbre. José Vicente Calderón, presidente del Comité 5 de Marzo, cuenta que como el sector está cerca a un bosque, es común ver a las familias cortar las ramas para armar la tarima para el viejo.
Allí viven unas 17 000 personas. Los monigotes se hacen principalmente en las calles Álvaro de Cevallos y Álvarez de Cuellas. Desde las 17:00, los vecinos salen en familia y se detienen en cada casa para saludar y ver el viejo.
Y al sonar las 12 campanas del 31 de diciembre, como ocurre todavía en los barrios de la capital, vendrá la quema del monigote, los abrazos entre vecinos, el consumo desesperado de uvas y las vueltas a la cuadra con maleta en mano, para recibir al 2019 como se debe: en comunidad.