A las 12:43 de este martes, el bus de la Cooperativa Quitumbe que recorre la ruta Tola-Pintado llega a su última parada en la calle San Luis, en El Calzado.
Bolívar Arcos, chofer del bus desde hace 25 años, desabrocha su cinturón de seguridad y Francisco Merino, controlador, bajó con él. Siete minutos fueron suficientes para que ellos almorzaran en un pequeño restaurante del sector que no tiene nombre, pero que todos los choferes lo conocen como “Doña Lu”.
Arcos no ve ningún cambio significativo en la tradicional ruta. Únicamente, antes se pasaba por la Plaza Grande, por la calle García Moreno, pero desde hace cuatro años lo hacen por la Benalcázar. Merino moja su rostro con agua de una botella plástica y grita: “San Roque, Dos puentes, Bahía, Plaza Grande, La Tola”.
El bus sale por la Teniente Ortiz, sube a la Mariscal Sucre y avanza por esta avenida hasta San Roque. Camila Cevallos, de 73 años, aborda la unidad. Sube con dificultad .
Ella viste un pantalón de tela, un suéter azul y una chalina café, que le cubre la cabeza. Ella vive en el tradicional barrio de La Tola. Detrás suben seis personas: tres universitarios, una pareja de colegiales y un comerciante de inciensos que entretiene a los pasajeros mientras el bus avanza lentamente por la Guayaquil.
Al llegar a La Marín, a las 13:37, el bus realiza una parada de seis minutos. Una vez más Merino alerta a los pasajeros: “A La Tola, a La Tola”. El bus asciende por la calle Pedro Fermín Cevallos y gira hacia la Chile, donde hay un gran mural del Colegio Don Bosco.
Los tres nietos de Cevallos estudian ahí. Desde la ventana del estrecho bus se ven las modestas casas de dos y tres pisos. Camila Cevallos hace de guía. Con su dedo índice muestra los lugares tradicionales del barrio.
En la Don Bosco y Calisto es la gallera, aunque antiguamente las peleas se las hacían en el coliseo Julio César Hidalgo. En la Valparaíso y Rafael Troya es el estadio. Hasta ahora juegan campeonatos de fútbol los guambras del barrio. Este estadio es un mirador escondido, desde ahí se ve la autopista General Rumiñahui, El Trébol y parte de la avenida Oriental.
Esta ruta es uno de los recorridos tradicionales en la ciudad. Al llegar a La Tola Baja, en las calles Rita Lecumberry y Obispo Toral, todos los pasajeros se bajan, entre ellos Cevallos.
El bus reinicia su recorrido, al llegar al playón de La Marín, por la avenida Pichincha, se escucha una voz parecida a la de Merino, pero que informa otra ruta: “Venga por la Napo, Cinco Esquinas, Camal, Ferroviaria”. Es Jonathan Pillajo, controlador del bus 08 de la Cooperativa Victoria.
En el vehículo hay 12 personas. Tiene pasillos y asientos amplios y ventanas grandes que mantienen una buena iluminación. Pero esto no era así en los años setenta. Wilmer Murillo, chofer de la unidad, recuerda que cuando tenía 15 años se escapaba del colegio para ayudarle a su tío, quien era chofer de un bus Colón-Camal. Él cobraba los pasajes y se paseaba.
Esta ruta ha experimentado cambios. Antes salía desde el antiguo Camal, bajaba por la calle México, en el sector de Chimbacalle, circulaba por toda la Maldonado, salía a San Blas, tomaba la 10 de Agosto y llegaba a la Colón. Esto cambió con la llegada del trole, en octubre del 2005.
Antes, en los ochenta y noventa, las unidades tenían gran demanda. Franco Becerra, de 45 años, vive en las Cinco Esquinas.
Cuando era adolescente había tres tipos de buses: los paperos (populares), que eran de madera; el micro, un bus pequeño parecido a los escolares y el colectivo. Estos dos últimos de metal. El pasaje popular costaba 3 reales.
Los contrastes de la ciudad se podían ver al recorrer esta ruta. El primer bus popular que manejó Murillo fue un Ford del 72, cuando tenía 17 años. No contaba con licencia, pero aprendió porque los choferes le daban el carro para que lo bajara desde la calle Hermandad Ferroviaria hasta el Camal.
En el Camal, el conductor de turno manejaba el carro y él cobraba los pasajes. En esa parada las personas subían con sus compras, legumbres, frutas, gallinas, conejos, entre otros animales.
Poco a poco, el bus se llenaba hasta que las personas iban colgando de la puerta. Era un bus estrecho, pequeño, de metal y con un gran letrero en la parte alta: Colón-Camal.
Al pasar por San Blas, la mayoría de personas se bajaba. Otras subían, ya no con compras, sino con libros, carteras y maletines, porque el destino del bus era la avenida Colón. Era el límite del norte de la urbe. Había edificaciones modernas y casas tradicionales tipo finca. El bus continuaba hasta llegar a La Floresta, donde Murillo se detenía a tomar un jugo de naranjilla con alfalfa en un local que ya no existe.
En los años noventa también había tres tipos de buses: los populares, los ejecutivos y los selectivos. Ahora, por la América circula el bus de la Cooperativa Atahualpa Batán-Colmena.
Estuardo León es chofer de esta unidad desde hace 18 años. El recorrido va desde La Colmena, en el centro circula por las calles Venezuela, Larrea, América y llega hasta el estadio Atahualpa, en el barrio de El Batán.
Los recorridos cambiaron más por los pasajeros que por las rutas. Las clases altas del centro de la ciudad se desplazaron al norte. Hasta El Batán, por ejemplo, o al Quito Tennis, con jardines, amplias residencias y modernos y lujosos edificios.