Redacción Quito
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La vida está llena de momentos difíciles, pero también tiene recompensas. Ese es el lema de Oswaldo Iza, quien no tiene sus piernas pero dice que su vida está llena de alegrías.
Él perdió sus extremidades inferiores hace 12 años, mientras barría las calles del centro. “Un carro me atropelló y nunca más pude caminar”. Iza trabajaba en la Empresa Metropolitana de Aseo cuando fue alcanzado por un auto cerca de la ex terminal de Cumandá. Y aunque pasó un año en el hospital, nunca pensó en dejar de trabajar.
La venta de escobas
Una escoba cuesta USD 1,50, mientras que los trapeadores se venden hasta en USD 2,50.
Iza tiene el taller en su casa, ahí elabora las escobas con la ayuda de su esposa, aunque desde que ella está enferma necesita de la ayuda de alguien más.
Hacer una escoba le toma entre 15 y 20 minutos, los materiales los compra al por mayor y los guarda.
La confección de los útiles de limpieza es constante, muchas veces Iza regresa a su casa luego de trabajar y se queda armando los trapeadores para salir a venderlos al día siguiente en la mañana.
En un día puede ir desde el sector de La Ecuatoriana hasta La Floresta, La Vicentina y Las Casas, este es uno de los recorridos más largos que tiene.
Su triciclo recibe mantenimiento constante para evitar que se le dañe.Desde hace 33 años se dedica a la elaboración de escobas y trapeadores, pero desde hace 12 vio en esta actividad una forma de mantener a su familia.
Con un triciclo, pedaleado con las manos, sale a las calles todos los días. En el vehículo carga, a las 04:30, tres decenas de trapeadores y escobas. Media hora más tarde sale de su casa, en La Ecuatoriana, en el sur, para comercializar sus productos. Una gorra y unos guantes de cuero negro un poco desgastados son parte de sus herramientas .
Sus brazos son musculosos y sus manos delgadas; desde el accidente fortaleció sus extremidades superiores. Cada día se marca una ruta para salir. La más larga que tiene es desde La Ecuatoriana hasta cerca de Carcelén. En ese recorrido tarda hasta 12 horas y vende entre 5 y 12 escobas o trapeadores.
El frío no lo espanta ni es una excusa para dejar de trabajar. No usa ropa abrigada al salir a la calle, solo un buzo delgado de manga larga lo protege del sol o de las aguas. “Nunca siento frío por el ejercicio que hago”.
La ruta más corta la realiza solo en los barrios del sur y la efectúa cuando su esposa, María Aurora Jacho, debe hacerse diálisis, es decir tres veces por semana. Esos días su itinerario es más corto porque piensa en su esposa y no se puede concentrar. Este cambio en la ruta laboral lo hace desde hace tres años.
El sol y el polvo ya han dejado huella en el rostro de este fabricante de escobas: la piel está seca, un poco áspera. “Estoy joven, a pesar de mis 52 años”, dice, con una sonrisa, que casi siempre regala a sus clientes.
Cuando pedalea por las calles, sobre todo en las cuestas, los ojos indiscretos de la gente lo miran con curiosidad. “Algunas veces cuando la gente me ve cansado me empuja y me ayuda a subir las cuestas más difíciles”. Hasta ahora no se ha encontrado con “personas malas”.
Al salir de su casa avanza al centro por la av. Panamericana Sur y luego por la av. Maldonado y como si transitara en un carro, obedece las señales de tránsito y se estaciona a un lado de la calle si alguien quiere comprarle uno de sus productos.
Su triciclo es el resultado del ingenio, un silla de ruedas fue la base para construirlo. Una llanta y una cadena de bicicleta complementan el vehículo azul; las llantas posteriores tienen sobre los radios dos águilas blancas.
En su casa el triciclo es reemplazado por una patineta, la cual le sirve para movilizarse en el hogar y en el taller. La confección de escobas la aprendió de su esposa y ella a su vez aprendió de sus hermanas, cuando tenía 12 años. Ahora María Aurora está por cumplir 50 años. “Mi marido me ayuda con todas las tareas de la casa y siempre está contento y cariñoso”. Aunque revela un secreto: Oswaldo se enoja cuando sus hijos no le ayudan a confeccionar sus productos.
Los Iza Jacho tienen cinco hijos, cuatro de ellos ya adultos y una niña. Todos viven en la casa en La Ecuatoriana, pero sus hijos ya se dedican a otras actividades y solo la pequeña Alyson Lizbeth ayuda cuando no tiene tareas; está en quinto año de básica.
“Tengo que luchar por mi hija, debo ayudarle a que acabe sus estudios”, dice sin perder la sonrisa. Ella es muy tímida y prefiere que su papá cuente la historia de la familia.
Iza está consciente de que él es la inspiración para su esposa y para sus hijos. “Es una lección de lucha por la vida” y eso quiere transmitir a María Aurora para que enfrente con alegría la deficiencia renal que tiene.
En el taller, que está en la misma casa, también venden escobas. Al mes, entre ambos, suman al menos USD 530 que necesitan para el tratamiento de su esposa. “El accidente me enseñó a ser más fuerte y hasta más feliz”.