Superar la agresividad es un reto para el aprendiz de conductor

Una hora al volante. Alejandro Llanos recorrió ayer calles del norte de Quito, en su cuarta clase. Tomar redondeles fue un reto.

Una hora al volante. Alejandro Llanos recorrió ayer calles del norte de Quito, en su cuarta clase. Tomar redondeles fue un reto.

Lo que para los miles de conductores que circulan por las vías es una práctica común y casi mecánica, para Alejandro Llanos es una experiencia nueva, un reto. En su cuarto día de curso de conducción, el joven de 20 años está con un nuevo profesor. Es César Navarrete, quien luego de saludarlo solo le dice:”Ya sabes qué hacer”.

Llanos ajusta primero su asiento. Luego revisa la posición de los retrovisores laterales y central. Se coloca el cinturón de seguridad y enciende el auto. Es un Chevrolet Aveo nuevo. En sus clases anteriores había usado un Peugeot 206, de la antigua flotilla. Sale a las 09:05 del parqueadero de la Escuela de Conducción de Aneta, de la Pradera y San Salvador.

Al inicio de la clase práctica, Alejandro se muestra nervioso. Arranca el auto y sale de la escuela por la calle Pradera, a baja velocidad. El instructor lo guía. Le pide que vaya por calles poco transitadas en los alrededores, como la San Salvador y el pasaje detrás del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca.

El joven va muy despacio. Su primer reto es salir a la Eloy Alfaro desde el pasaje. “Adapta tu velocidad al tráfico”, le advierte amablemente Navarrete. El joven pisa el acelerador con algo de temor.

Para hacerle entrar en confianza, el profesor le pregunta al joven si había manejado antes de las clases en la escuela. “Me daba vueltas por la cuadra de mi casa, en el carro de mi papá”, le responde sin despistarse, luego toma la República. El profesor le indica que debe subir por la Noboa.

Detrás viene una camioneta negra doble cabina. El apurado conductor del vehículo Mazda sin placas le hace un insistente juego de luces y luego le rebasa.

La agresividad de este y otros conductores con los aprendices al volante es notoria. Cuando Llanos toma la Coruña, recibe una nueva instrucción: “Nos vamos al Hotel Quito. Necesitamos un carril que nos lleve a ese costado”. El joven sigue su ruta, advierte que se cambiará de carril con la luz direccional, pero un taxista se lo impide. Le pita y acelera.

Aún nervioso, Llanos se prepara para tomar el redondel de la Plaza Artigas. Su instructor está atento y le indica el momento de entrar. Pero un busero se acerca y también le pita. El auto se apaga.

Navarrete le ayuda a salir del aprieto. El joven sigue y activa sus direccionales correctamente, los demás carros que usan el redondel, no. Algunos toman el carril de circulación incorrecto y bloquean el paso a otros autos.Luego del susto, el aprendiz se ve más seguro y regresa a la González Suárez. Cada vez le cuesta menos acelerar. El instructor aprovecha para darle un consejo: “Cada instante tienes que ver los espejos, para tener un registro de lo que pasa a tu alrededor y hacer maniobras o enfrentar problemas. Si no, te van a sorprender”.

Navarrete tiene otro juego de embrague, freno y acelerador. Monitorea el tránsito a través de un espejo en la visera del lado del copiloto. En pocas ocasiones toma por segundos el volante, para ubicar mejor el auto. El instructor tiene una actitud serena y trata de darle confianza al alumno. Le ayuda a vencer el miedo en la vía.

Luego de haber aprendido y tomar práctica en el uso del embrague, el reto en las calles de Quito deja de ser el funcionamiento del vehículo. La actitud de los otros usuarios viales se convierte en el verdadero problema.Un motociclista se cruza detrás del auto hacia la vereda, para transitar por el área marcada para bicicletas. Un peatón se lanza a la calzada y corre, sin medir el riesgo. Muchos conductores se molestan al ver al estudiante y lo intimidan de cierto modo.

En la González Suárez, Llanos esquiva un obstáculo en la vía. Afuera de un edificio en construcción hay materiales y un camión grande dejando más. Él lo rebasa, pero olvida usar la direccional.

Faltando 20 minutos para terminar la clase, el profesor corrige ese y otros detalles, que el joven acepta, cada vez más relajado.

Vuelve a la Plaza Artigas, toma la 12 de Octubre, baja por la Foch a la Juan León Mera y en la Orellana toma la Amazonas. En ese tramo, los conductores de un Suzuki Vitara del Concope, de un Fiat rojo y de un Nissan 4x4 con placas del Estado le pitaron, le ‘lanzaron’ el carro y le miraron con enojo.Al llegar a Aneta, Llanos luce tranquilo. Ignora al conductor de una camioneta de Speed Mail, quien también lo agrede en la vía. Entra a la escuela, toma posición para estacionarse de retro y lo hace sin problemas. Baja del auto y dice que fue prueba superada. Ha ganado seguridad. Tras la tensión, está listo para su clase teórica.

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