Serenatas desde WhatsApp o Zoom y con distanciamiento social en Quito

La forma de deleitar a los seres amados con música ha cambiado debido al covid-19

La forma de deleitar a los seres amados con música ha cambiado debido al covid-19

La forma de deleitar a los seres amados con música ha cambiado debido al covid-19. Foto: EL COMERCIO

Lleva 39 años en el negocio de las serenatas y nunca, como ahora, ha estado paralizado, sin poder trabajar. El golpe de la emergencia sanitaria por el covid-19 le tuvo algunos días aletargado y sin ideas, hasta que los más jóvenes del grupo Los Baquero y su Mariachi Azteca sugirieron apoyarse en las herramientas tecnológicas.

Lo primero que hizo Hugo Baquero, líder y vocalista, fue asesorarse sobre las bondades de las redes y logró concretar tres servicios para seguir cantando: presentación virtual por WhatsApp, show en vivo con la plataforma Zoom y serenata de balcón en conjuntos residenciales o condominios.

Esta nueva forma de ganarse la vida llegó para quedarse, asegura Baquero; de allí que seguirá perfeccionándose para que sus actuaciones virtuales gusten a sus clientes. El cambio le resta ingresos económicos pero en esta época eso es secundario, “lo esencial es salvar el negocio”, admite.

No es la primera vez que las serenatas cambian de ropaje en Quito. A fines del siglo XIX, las canciones interpretadas bajo los balcones adquirieron fuerza con las Estudiantinas, un ensamble en el que predominaban los bandolines, bandolas y guitarras, menciona Mario Godoy, investigador y musicólogo.

Aquello duró hasta mediados de los años 60, cuando en 1955 llegó a Quito el poder del requinto, que el músico Guillermo Rodríguez trajo desde México. Buena parte de los artistas locales apostó por el formato de tríos, como el de los mexicanos Los Panchos, que se convirtió en el paradigma de las serenatas, acota Godoy.

Y hubo quienes se atrevieron a dar serenatas con instrumentos menos fáciles de transportar. Para los años 40 y 50 del siglo pasado, cuando la presencia de autos se volvió frecuente en las calles, no faltaron algunos chullas quiteños que salieron a dar serenatas con los pianos de alguna familia adinerada, narra Godoy.

Durante el siglo XX, el repertorio de esos encuentros incluyó valses, pasillos, tangos, boleros y el último tema podía ser un ritmo ecuatoriano como pasacalle, sanjuanito o albazo. En 1938, cada músico cobraba cinco sucres por serenata, en los años 50 les pagaban 10.

En los 70, los encuentros musicales bajo el balcón eran con guitarra y “resultaba una dicha que dentro de la jorga de amigos hubiese uno que tocara bien ese instrumento”, rememora el escritor Édgar Freire.


Desde las 21:00 se repasaban las cinco canciones que se estilaba ofrecer a la persona amada. A la medianoche, “entonados con aguardiente, el enamorado se lanzaba con la primera canción. Cuando su voz no daba una buena nota, reservaba un turno con los cieguitos que paraban en la Casa Blanca y ofrecían serenos a la carta”.

Ese lugar, adonde varios músicos acudían en busca de trabajo, se ubicaba en las calles Morales y Benalcázar. Por los años 60 y 70, el sitio estuvo de moda. La consigna: cantar tres temas con acordeón y violín, cuenta Godoy.

Años después, los ‘serenos’ comenzaron a ofrecerse con tocadiscos. Para proveerse de energía -cuenta Freire- el enamorado se trepaba al poste de luz más cercano a la casa de su amada. Otra opción: dedicar canciones con radio a pilas.

La práctica cambió cuando llegó la moda de regalar, entre enamorados, un disco de 45 revoluciones por minuto o un LP del artista preferido, dice Freire. Ese fue el punto de inflexión de los serenos a la vieja usanza.

Después, para fines de los 90, con la incursión de los discomóviles se dio paso a otra modalidad que desplazó a los músicos. Sin embargo, a fines del siglo XX ya no fueron los tríos o los dúos con guitarras y acordeón quienes tomaron la posta, sino los mariachis.

Manuel Guerra, líder de Mariachi Show de Manuelito Guerra, cuenta que en 1986, en el Complejo El Rey, ubicado en la esquina de la Colón y 9 de Octubre, se ofrecían galas nocturnas con orquestas y ma­riachis de Centroamérica. Allí se fraguó ese tipo de agru­paciones, asegura.

Las rancheras pegaron tanto que sus sueldos se pagaban en dólares, menciona Guerra. Posteriormente, el legado se dejó a los ecuatorianos y comenzó la ola de mariachis locales. Hoy, solo en Quito, hay alrededor de 80 agrupaciones.

Por la cercanía del Día de la Madre, todos los grupos están expectantes porque esta fecha es considerada la Navidad de los mariachis. “El año anterior no tuvimos respiro, hubo mucho trabajo; un solo grupo puede hacer entre 60 y 80 shows en los tres días previos al festejo”, refiere Guerra.

Mientras que en días normales se sumaban unas 20 presentaciones en la semana; una serenata cuesta desde USD 25 hasta 100. Para no perder esa oportunidad, los artistas están forzados a reinventarse y no guardarse en casa, apostilla Luis Beltrán, presidente de la Sociedad de Artistas Intérpretes y Músicos Ejecutantes del Ecuador (Sarime). La pandemia obligó el uso de los recursos digitales, ese es el camino para no morir, agrega.

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