La plaza central de San Miguel del Común, en la parroquia de Calderón, tiene máquinas de ejercicio para adultos mayores. Hacen falta juegos infantiles.. Foto: Alfredo Lagla/ EL COMERCIO
Nadie quiere una escombrera cerca. Negociar con los poblados que tienen las condiciones ideales para habilitar un espacio donde las volquetas arrojen el material es tarea difícil. Rechazan el paso de vehículos pesados, la polvareda, el ruido y el deterioro vial. Pero eso, a San Miguel del Común, no le causa temor.
Este poblado ubicado en la parroquia de Calderón (norte de Quito), donde habitan unas 3 000 personas, pide a gritos no solo una escombrera, sino cuatro. Tienen ubicados los sectores, las vías de acceso y, claro, lo que pedirán a cambio.
Su objetivo es recibir los lodos que salen de la construcción del Metro, esos que nadie quiere cerca y que al momento son llevados al Parque Bicentenario (entre 4 000 y 5 000 m3 al día). Siempre y cuando, dicen, se invierta en el poblado.
En la zona no hay parques, columpios ni resbaladeras. Como la población ha crecido, unas 300 personas no tienen alcantarillado o agua potable. El pedido de Andrés Quilumba, presidente de la comuna, es ese: que todos tengan servicios básicos y que se habiliten parques y juegos infantiles.
San Miguel del Común es un pueblo de 90 hectáreas rodeado por quebradas. Allí se levantan casas de dos, tres y cuatro pisos, fruto de la ola migratoria que los sacudió en el 2000. Hoy, la mayor parte de la población cuenta con servicios básicos, todo lo que en poblados cercanos anhelan. “‘¿Qué corona tiene San Miguel que ha logrado tanto’, nos preguntan los vecinos. ¡No tenemos miedo!”, dice sin titubear Manuel Simbaña, valiente indio nativo, quichua hablante con raíces Quitu Cara -como él se define- quien ha estado a la cabeza de la comunidad por 20 años.
Todo lo que tienen lo consiguieron por dos vías: mingas y negociación con la autoridad.
Los líderes de la comuna muestran una de las quebradas que podría volverse escombrera. Foto: Alfredo Lagla/ EL COMERCIO
Hasta 1994 no tenían agua, pero se reunieron 600 vecinos y se tomaron el salón de la ciudad para presionar a la Alcaldía. Les ofrecieron la obra, pero la autoridad no cumplió.
La comunidad, enardecida, con picos y palas, salió a la Panamericana Norte para paralizar el tránsito, y bajo esa amenaza lograron negociar. Llegaron camiones del Municipio cargados con tuberías y en lugar de ir a romper la vía, con esos mismos picos, la gente comenzó a abrir las zanjas para el agua. A punte minga, sábados y domingos, durante un año, consiguieron el agua.
El resto de obras también les llegó a través de la negociación. En el 2002, la Municipalidad buscó hacer el relleno sanitario en la Jalonguilla, cerca de San Miguel. Aceptaron que la vía cruce la comuna, y a cambio firmaron un convenio para 18 proyectos en su beneficio.
Consiguieron alcantarillado, un comedor estudiantil, el estadio, tribuna para 500 personas, ampliar las cisternas de agua y más. El relleno fue a El Inga porque las otras comunidades no aceptaron negociar.
En el 2008, la alcaldía de Paco Moncayo quiso abrir allí escombreras, y San Miguel, otra vez, sacó provecho. Se rellenaron quebradas, y como compensación, lograron construir la casa comunal de una planta.
En las zonas rellenadas plantaron más de 1 500 árboles y en la administración pasada, ganaron un concurso de reforestación. Con esos USD 10 000 levantaron el segundo piso.
Meses después, el Municipio hizo un concurso de pesebres, y, una vez más, obtuvieron el primer lugar. Con ese premio construyeron el tercer piso.
Sobre el relleno de la escombrera antigua, los vecinos construyeron la casa donde funciona un Guagua Centro.
Todo lo demás lo han hecho con mingas. Una de las fortalezas de esta comuna, que aún vive de la crianza de animales, es que saca provecho de todo.
En el 2015 una escombrera clandestina llenó 200 m de una quebrada. Cuando la directiva lo detectó, la suspendió. Al no lograr ayuda de la autoridad para resarcir el daño, la comuna reunió fondos, contrató maquinaria e hizo una protección para evacuar las aguas lluvias. Allí se abrirá un huerto de plantas medicinales.
La inversión municipal no llega con facilidad a los poblados lejanos. Luis Reina, concejal de la Comisión de Desarrollo Parroquial, explica que cada administración tiene su presupuesto dependiendo de la densidad poblacional y las necesidades no satisfechas.
Para el 2018, la Administración Zonal Calderón tiene asignados USD 7,3 millones, cifra menor a la de La Delicia, Eugenio Espejo, Eloy Alfaro, Manuela Sáenz y Quitumbe. La parroquia de Calderón, parte de la Zonal del mismo nombre, es la más grande de Quito. Para Reina, equivale a 8 parroquias, por eso es complejo que lleguen obras a San Miguel. Admite que es una alternativa habilitar allí escombreras, pero se debe asegurar que una vez rellenado el espacio, pase a ser parte de la comunidad y no de privados.
Desde el 2014, la administración registró dos obras en San Miguel con presupuestos participativos, pero no pudieron concretarse por falta de acuerdos con la comuna.
Santiago Andrade, ex gerente de la Emgirs, cuenta que es difícil abrir una escombrera. Se requieren estudios técnicos y ambientales. En el 2015, el Municipio tenía seis lugares para hacerlo, pero no se concretaron. En Lloa, la comunidad se opuso y el camino era muy largo.