Las ventas en los locales de la ciudadela La Florida han disminuido desde que colapsó el colector de la zona. La poca clientela es más notoria en sitios de expendio de alimentos, como la Frutería Juanita, en la Manuel Serrano y La Paz.
Allí, Juana Estrella vende, además, legumbres y víveres. Tiene una escoba y limpiones a la mano para tratar, dentro de lo posible, de mantener sus productos, vitrinas y piso libres de polvo.
Estrella ya no puede desembarcar los alimentos en la puerta del local. Debe ingresar con su vehículo de retro, por la calle La Paz, hasta donde está abierto el paso.
Pero el caso de la familia Álvarez es más complicado. El auto que servía para el hijo de Judith viuda de Álvarez, sus hijas y su nieta está guardado en el valle de Los Chillos. Su casa está en la Manuel Serrano y La Florida y es una de las más afectadas. Cuando se abrió el primero de los agujeros, el suelo de su comedor se hundió. La madera que antes recubría el piso fue reemplazada por baldosas.
Por ocho días, la familia debió comer en los dormitorios o en la cocina. Las huellas del hundimiento ya no se notan ahí, pero hay grietas en su cerramiento, en algunas paredes y en el patio.
Esta zona se ha convertido en bodega de la Empresa Pública Metropolitana de Agua Potable y Saneamiento (Epmaps). Allí hay varillas de hierro, tubos, mangueras, cemento, etc. La puerta del garaje permanece abierta, para que los obreros puedan tomar materiales. Al final de la jornada se asean en el lugar donde antes jugaba Jennifer, de 8 años. La niña se las ingenia para corretear, pero sus rodillas están lastimadas porque se cayó entre las varillas.
En la esquina, Silvia Ibarra muestra cómo se cuarteó el cerramiento. La puerta del garaje no se abre porque todo se desniveló.
Aunque los vecinos de la ciudadela La Florida están incómodos por las obras, muchos, al igual que los Álvarez han decidido colaborar. Es el caso de Galo Pillalaza y Telmo Pozo. Ellos organizan una reunión para informarse junto a los vecinos del avance de las obras. Además, formarán una comisión para pedir, por escrito, al Municipio celeridad en las obras y una solución definitiva.
Pillalaza tiene hace más de 30 años una picantería: Cosas finas de La Florida. Él calcula que sus ventas han disminuido en un 80%. Con el fin de mes llegaron las planillas de pagos del colegio de sus hijos y otros gastos.
Pero él y Pozo están dispuestos a tener paciencia con la incomodidad que genera el cierre de vías, el resquebrajamiento de veredas, calles, cerramientos y paredes, si eso significa una mejora en los sistemas de desague. Ambos crecieron en el sector.
Pillalaza cuenta que hace 48 años vivía con sus padres en la av. De la Prensa y que La Forida era un trigal, una hacienda. Allí se levantó la ciudadela que en gran parte fue propiedad del Club de Aeronáuticos de la FAE. El suelo, según recuerda, era arenoso. Por eso, los constructores decidieron, en ese tiempo, reforzar las estructuras, con vigas de hormigón.
La Epmaps instaló una caseta para que desde allí un guardia vigile los autos de los vecinos, en una zona segura.