Los conductores que transitan por la Occidental, los artistas que actúan en la Casa de la Música o los médicos que atienden en los hospitales Metropolitano y de la Policía probablemente no imaginan que están sobre uno de los sectores más ricos en vestigios arqueológicos de Quito.
fakeFCKRemoveEn la zona de la quebrada de Rumipamba, ubicada en el sector de la Mariana de Jesús y Occidental, residieron culturas de los períodos Formativo Tardío, Desarrollo Regional e Integración (entre los 1 500 antes de Cristo y 1500 después de Cristo).
En plena esquina está uno de los pocos terrenos no edificados del sector. Allí se planeaba construir un moderno conjunto habitacional, Ciudad Metrópoli.
Según el arqueólogo Hólger Jara, durante las excavaciones para empezar la edificación se encontró en unas 35 hectáreas un número indeterminado de vestigios. Estos probaban la existencia en la zona de asentamientos de culturas preincas, como los quitus o los yumbos.
A los pies del Guagua Pichincha, la quebrada había ocultado durante siglos parte de la historia de Quito. Restos de erupciones volcánicas cubrían bohíos, centros ceremoniales, cerámicas ornamentales y utilitarias, entre otros. De todo lo hallado hasta el momento, apenas el 5% tiene origen incaico.
La construcción en el terreno, en ese entonces propiedad de dos bancos, se detuvo por la importancia de preservar el lugar.
Las investigaciones se iniciaron en el 2000 y desde enero del año pasado, el Fonsal abrió en una parte del terreno seis estaciones para que el público pueda conocer parte de la historia de los primeros habitantes de Quito. El lugar donde funcionaba la hacienda Rumipamba, de María Augusta Urrutia, se convirtió en el Parque Ecológico y Arqueológico Rumipamba. Está abierto de miércoles a domingo, de 08:30 a 16:30. La historia y la naturaleza confluyen allí. La entrada es gratuita.
Al caminar por los senderos, no solo se observan los restos de un bohío hecho con chocoto, bajo la técnica del bahareque. Con suerte, también se puede encontrar moras silvestres listas para comer, en medio de la abundante vegetación del parque.
Allí, cinco guías acompañan a los visitantes en el camino. Arqueólogos, guardias y encargados del mantenimiento cuidan plantas y senderos. Mientras recorre el parque, Hólger Jara saca hierba mala. Le preocupa la proliferación de kikuyo (pasto), que si crece sin control, mata a otras plantas. El arqueólogo dice que se busca erradicar especies introducidas como el pino y reemplazarlo por plantas nativas.
Rumipamba, que significa llanura de piedras, está enclavada en una de las zonas urbanas de más movimiento de Quito. Pero al pasear por el parque, existe la sensación de estar en un alejado bosque, donde se puede respirar aire puro y apreciar cómo el vuelo de un mirlo, por ejemplo, rompe el silencio al pie del volcán.
La conexión que se hace con la naturaleza de pronto despierta la imaginación dormida. En uno de los senderos aparece una especie de túnel estrecho, cuyo techo son las raíces de los árboles. Un tapiz de helechos cubre las paredes de negra tierra.
Afuera se siente una sensación de frescura. Pronto se siente algo de frío y se percibe el olor de la tierra mojada. Algunos mosquitos revolotean, mientras el visitante atraviesa el culunco. Estos son túneles que construyeron los yumbos para viajar entre la Sierra y la Costa, cargando cosas, sin sentir lo implacable del clima.
Atravesar el camino por el que hace siglos transitaron los indígenas, probablemente para hacer ofrendas al Pichincha, es una experiencia emocionante. El de Rumipamba es un culunco corto, que pudo haber tenido una conexión con otros más largos, que han sido hallados en el noroccidente de Quito.
El paseo por el parque Rumipamba puede durar desde una hora en adelante, en un encuentro con la herencia ancestral. Los vestigios y la fauna abundante de la zona son los atractivos.