Manuel Torres es un motociclista de 56 años tenía el quinto lugar para la Agencia de Revisión Vehicular Técnica de La Florida. Foto: Eduardo Terán / EL COMERCIO
Un poncho de agua, tres pantalones térmicos y cuatro chompas gruesas protegían del frío y de la lluvia a Manuel Torres. Ayer, 30 de marzo, se lo veía dando vueltas en medio de un aguacero, iba de un lado a otro pisando los charcos de agua con sus botas de plástico y cubierto su cabeza con el casco de una moto. “Si me quedo quieto me voy a morir de frío”, dijo.
Este motociclista de 56 años tenía el quinto lugar para la Agencia de Revisión Vehicular Técnica de La Florida.
Había llegado a las 19:00. Pero a las 23:00, ya se había formado una fila de 20 autos, que se estacionaron afuera de las oficinas municipales. Carros de tres puertas, motocicletas, jeep, furgonetas y camionetas se ubicaban una junto a la otra, casi sin espacio para evitar que “algún vivo se colara”. Todos los vehículos tenían placas terminadas en el dígito 2.
A las 08:00 de hoy, Torres y al menos cuatro carros después de él tendrían los primeros lugares de la revisión. El resto debían esperar hasta las 09:00 y así hasta que se cumplan las ocho horas de atención de este centro.
Los técnicos de la Agencia Metropolitana de Tránsito deben evaluar si estos vehículos cumplen las condiciones de seguridad para circular en la ciudad. Por ejemplo, si todas las luces funcionan, si la visibilidad a través de los vidrios es adecuada o si no hay problemas en el frenado. Para los autos particulares este es un requisito anual, mientras que para los vehículos destinados al servicio público (buses, taxis, furgonetas, etc.) tienen que cumplir con dos revisiones técnicas al año, una cada seis meses.
Torres trabaja en las madrugadas vendiendo bolones de verde con café afueras de las discotecas y burdeles. Asegura que para él cancelar una multa de USD 100, si es que no logra matricular su moto hasta hoy, le representa cuatro días de trabajo. Así que prefiere pasar una mala noche y ahorrarse ese dinero.
La espera para Henry Caizaluisa, de 23 años, fue más abrigada. Llegó a las 20:00 provisto de una funda de canguil, una buena colección de películas, almohadas, cobijas y tres amigos. Ellos acompañaron hacer la fila en el interior de su auto. Fue una especia de “pijamada”. Mientras llovía, en el interior de su auto él y sus amigos reían mientras veían una película de pingüinos. Explicó que no había podido realizar la revisión vehicular antes por su trabajo.
Torres, en cambio, se excusó en una fuerte gripe que padeció, pero y también reconoció que “como buen ecuatoriano” dejó todo para él último. Detrás de él, un hombre que conducía una camioneta blanca le ofreció “posada” en su vehículo a cambio de que le comprara algo para comer. El hombre dijo que no solo había almorzado. El motociclista le consiguió arroz, menestra y chuleta. “debemos ayudarnos dijo”. Así esperaron que llegara la mañana y alcanzar al último día de la matriculación para los autos con placa terminado en 2.