La Plaza Foch es uno de los lugares más visitados los fines de semana debido a la cantidad de bares y restaurantes. Foto: Eduardo Terán / EL COMERCIO
Es el epicentro de la vida nocturna de la capital: un tradicional barrio del norte donde en medio del movimiento de 1 892 negocios -de los cuales 91 son bares, 82 discotecas y 844 restaurantes- se levantan casas residenciales que acogen a unas 60 000 personas.
Así es La Mariscal, una zona que empezó a formarse en la década de los 20, que fue el hogar de gente acomodada de Quito hasta los 70, que a partir de los 80 fue invadida por negocios, que 10 años después empezó a despoblarse y que hoy lidia con cuatro problemas en un intento por mantener su residencialidad.
Las noches, en La Mariscal, son intensas. Hay calles como la Foch, la Juan León Mera, la Amazonas, que a partir de las 19:00, en especial los jueves, viernes y sábados, se saturan de gente y de vendedores. Unas 250 000 personas llegan solo los fines de semana lo que dispara la inseguridad, venta de droga, licor y el ruido.
Por eso, a los moradores les preocupó la propuesta del alcalde electo Jorge Yunda, de ampliar el horario de atención en la ciudad y trabajar 24/7 con lo que llamó ‘hora borojó’.
Iván Alemán, miembro de la Asamblea Barrial de La Marisca, admite que es una propuesta ambiciosa, y que si es bien tratada podría ser beneficiosa para los negocios. Los últimos años él ha trabajado de la mano de la comunidad para resolver los principales problemas. La inseguridad es el más grave.
Recuerda que los vecinos y la autoridad comenzaron a trabajar con el Municipio en el proyecto La Mariscal segura, a inicios del año pasado. Este incluía poner un circuito cerrado de cámaras en la zona, tener un centro de operaciones y trabajar con la Policía Nacional.
El proyecto piloto que habría de desarrollarse entre las calles Lizardo García, Veintimilla, Amazonas y 6 de Diciembre avanzó en un 60%, pero se suspendió hace seis meses por falta de presupuesto.
El costo del proyecto bordeaba los USD 120 000. Se lo iba a financiar con presupuestos participativos y con el aporte de la empresa privada.
Ahora, dice, la asamblea y los colectivos buscan tener acercamientos con Yunda para que el proyecto se concrete. Aclara que para extender la vida nocturna se necesita antes trabajar en la inseguridad, venta de droga, consumo excesivo de licor, y el ruido, caso contrario, dice, se extendería no solo el horario, sino el riesgo.
La noche del sábado pasado, la Plaza El Quinde lucía llena. En la zona el ruido de los bares es intenso. Los gritos de los enganchadores (las personas que intentan convencer a los clientes de entrar a determinado local) también lo son.
Más de un centenar de jóvenes bien vestidos, la mayoría con celulares en la mano, caminaban en busca de un lugar para divertirse. Niños que venden cigarros y caramelos se pierden en la multitud. Todos saben que también roban. La Policía hace rondas con frecuencia pero solo atinan a ahuyentarlos a la siguiente cuadra. A los pocos minutos regresan.
Las horas pasan y la dinámica cambia. Una chica de unos 18 años sale de un bar con dos amigas, se acomoda junto a un poste en plena plaza y vomita. Paran un taxi y se embarcan.
Las voces altas, propias de quien ha ingerido alcohol en exceso, empiezan a escucharse. Florencia Cárdenas, quien atiende en un bar en la Juan León Mera asegura que todas las noches es lo mismo. A veces hay peleas, puñetes y hasta acuchillados. Los robos también son frecuentes.
Laura Naranjo, quien atiende en Honey Cofee, en la Reina Victoria y Foch, da fe de la peligrosidad. Hace dos meses, al salir del trabajo a las 22:30, fue asaltada. Caminaba hacia la 6 de Diciembre para tomar un bus cuando un grupo de cinco personas la abordaron. Uno de ellos sacó un cuchillo, recuerda, y le pidió el teléfono.
Otro de los problemas es la venta de droga. Es un secreto a voces. Los puntos más álgidos son la Amazonas, Pinto, Juan León Mera y Foch, Wilson y Juan León Mera.
Clemencia Rojas vive allí hace 45 años. Sabe que es peligroso, que asaltan, que matan, pero no se irá. “Esta era casa de mi mamá. De aquí me sacan con los pies para afuera”, dice como evidencia del amor que siente por su barrio. Varias de las personas que habitan allí son adultos mayores.
Los dueños de los locales comerciales apoyan la propuesta. Egman Senagui, de Siria, llegó al país hace ocho meses y tiene un puesto de venta de comida rápida.
Dice con asombro que este es el único país donde se le restringe el horario de trabajo. Ha estado en Colombia Panamá, España, Noruega, entre otros, donde trabajaba las madrugadas.
Hoy no puede abrir su negocio más allá de las 24:00 y los fines de semana a las 02:00. Cancela USD 1 000 al mes por un local que renta y a veces no logra reunir para pagar el salario al personal. Si trabaja más horas tuviese más ingresos, dice.
Kevin Castro, supervisor del local BBQ and Co, también ve con buenos ojos la propuesta. Asegura que el mayor movimiento de gente empieza a partir de las 19:00. Hay clientes que ingresan a las 23:00. Reconoce que el lugar es inseguro por lo que ellos tienen servicio de seguridad privado.
En contexto
El alcalde electo Jorge Yunda dijo que impulsará la eliminación de la ‘hora zanahoria’ (que permite el funcionamiento de locales de diversión nocturna hasta las 02:00), y que pondrá la ‘hora borojó’ para que la ciudad resulte atractiva y se active el turismo.