‘Mientras el bus de la Cooperativa Riobamba salía de la ciudad, recordé la primera vez que me besó, tenía 13 años. Fue un miércoles después del colegio, cuando me pidió que le acompañara a dejar unos libros en la casa de su tío.
Ella era mi profesora de Informática. Cuando me acerqué para timbrar la puerta, ella me besó.
No supe qué hacer, sentía que mis manos sudaban y el corazón me latía más rápido. Su tío salió a recoger los libros y en el camino de regreso a mi casa no hablamos.
No sabíamos qué decir, yo ni siquiera podía mirarla a los ojos. Ese fue el comienzo de la relación más intensa de mi vida.
Nos veíamos a escondidas en el colegio, ella frecuentaba mi casa con la excusa de reforzar los contenidos. Un día, mi madre me comentó, ¡Tu profesora es rara! Yo le dije que no era así.
Esa relación duró dos años. Hasta el día en que mi madre me amenazó con que si no le contaba lo que pasaba lo iba a averiguar, y las consecuencias serían peores.
En ese momento me armé de valor y le confesé que estaba enamorada de mi maestra. Mamá enloqueció y al siguiente día fue al colegio, con unos policías, para meterla presa, acusándole de abuso a menores.
Yo me di formas para llamarle y ponerle alerta de lo que iba a pasar. En pocos días, la noticia de nuestra relación se hizo pública. En el colegio y en la ciudad, todos hablaban de eso.
Riobamba es una ciudad pequeña y sus habitantes son muy intolerantes. De un día a otro todos me veían como la víctima, incluso mi mamá trató de obligarme a firmar una declaración en la cual aceptaba que mi maestra abusaba de mí. ¡No lo hice!, porque ella nunca abuso de mí.
Lo único que pude declarar es que estaba enamorada.
Debido a la presión y discriminación de la sociedad, un compañero se hacía pasar por mi novio.
Casi ya no la veía. Un día mientras caminaba la encontré en un parque, estaba con otra chica.
Verla con otra persona y la imposibilidad de vivir mi sexualidad abiertamente me tenían mal. Traté de suicidarme en tres ocasiones. Después de una profunda reflexión decidí venir a Quito.
Llegué cuando tenía 16 años. En esta ciudad tuve la oportunidad de vivir mi sexualidad sin represiones. Nadie me conocía y me propuse empezar una nueva historia. Cambié de apariencia física. Ya no era la dulce niña de falda, cabello largo y zapatos rosados. Acá uso ropa deportiva, me corté el cabello y, junto con mi nueva pareja, llevamos un año.
Otra de las cosas que me gusta es que acá existen varios centros de diversión, donde puedo estar tranquila junto con mi novia. En Riobamba estos sitios no existen.
Por eso, aquí me siento un poco más libre. Sé que en mi ciudad natal sufriría el rechazo de los habitantes.
Hace tres días volví a ver a mi profesora y ella no me reconoció. Yo tampoco quise hablarle”.