Una mujer de contextura gruesa se arrima a la puerta enrollable de una tienda, ubicada en la calle Pinto y Juan León Mera.
Otras dos mujeres, sujetando bolsos pequeños, llegan hasta esa misma esquina. Tras un intercambio breve de palabras, fijan su mirada en tres hombres, de unos 25 años. Ellos van por la Juan León Mera, en sentido sur-norte. La iluminación es deficiente. A su paso esquivan el material pétreo apilado sobre una acera.
Son las 00:37 del jueves último. Las mujeres rodean a los transeúntes. Después de un par de insultos y de observarles detenidamente, se alejan. Los hombres, asustados, deciden acelerar el paso hasta la calle Foch. Su destino es la concurrida plaza.
Cristina Q., una vendedora de caramelos, ha visto situaciones similares muchas veces al recorrer La Mariscal, en su busca de clientes. Por eso, con el ceño fruncido, dice que no le gusta salir del perímetro de la plaza. Ella trabaja de 21:00 a 04:00.
“Se trata de un grupo de personas que intimidan a quienes transitan por los alrededores”, dice. Ella sujeta un cajón de madera, con confites y cigarrillos. “Ahí también venden droga”, afirma temerosa. La calle Pinto es uno de los sitios más peligrosos identificados por las autoridades.
Son la 01:25 y a dos cuadras, en dirección norte, en la Lizardo García, los locales tienen cerradas sus puertas. Dos jóvenes se arriman al cerramiento anaranjado con blanco de la casa E6-15. Han consumido licor.
Roberto cuida vehículos en ‘La Zona’ desde hace seis años. Al mirar a los jóvenes afirma que ellos son los más vulnerables a los robos, a pesar de estar a dos cuadras de la Plaza Foch. También quienes andan solos y las parejas.
Con cierta frustración asegura que no ha podido hacer nada por ayudar a las víctimas, porque los ladrones andan en grupo y están armados. “Los ladrones juegan al gato y al ratón”, asegura al ver al patrullero, de placas PWB-310, que pasa por el lugar.
En la calle Diego de Almagro y Foch, ocho jóvenes salen de una discoteca, a la 01:40. Uno de ellos, Germán T., de 23 años, tiene aliento a licor. Dice que irá a comprar más licor en un local de la Wilson. Esto, a pesar de que rige la prohibición del Gobierno de vender licor pasada la medianoche, de lunes a jueves. Allí se percibe un fuerte olor a orina.
Por la acera del frente camina un joven, con pantalones negros flojos, gorra y con mirada que intimida. Lleva una funda en su mano derecha. A su paso deja un olor similar al de un habano.
La música se apaga en los negocios y las calles como La Niña, Cordero, Carrión y Robles van quedando vacías, a la 01:50.
En la Juan León Mera aún hay movimiento. Otras dos mujeres están sentadas sobre las gradas de piedra de una casa. Esporádicamente, ante el paso de un vehículo, se levantan, pero al final optan por irse, aceleran su paso y evaden preguntas.