El patrimonio funerario estará con candado

El cementerio de El Tejar, uno de los camposantos patrimoniales que estarán cerrados durante el feriado. Foto: Galo Paguay/ EL COMERCIO.

El cementerio de El Tejar, uno de los camposantos patrimoniales que estarán cerrados durante el feriado. Foto: Galo Paguay/ EL COMERCIO.

El cementerio de El Tejar, uno de los camposantos patrimoniales que estarán cerrados durante el feriado. Foto: Galo Paguay/ EL COMERCIO.

Los cementerios son uno de los referentes del crecimiento de Quito y de la variación de las tradiciones. Hay unos 70 registrados en todo el Distrito. Y la capital cuenta con 12 espacios que son patrimonio funerario inventariado. En la zona rural están catalogados otros tesoros inmateriales.

Este año, en el Día de los Difuntos, esos puntos históricos y los cementerios más modernos no podrán ser visitados debido a la pandemia.

El Comité de Operaciones de Emergencia (COE) metropolitano se reunió el viernes pasado (23 de octubre del 2020) y decidió que en el feriado de noviembre los cementerios públicos y privados permanecerán cerrados, a excepción de los sepelios que deban cumplirse en esos días.

Previamente, el COE nacional exhortó a los 221 municipios a que cerraran los cementerios del 30 de octubre al 3 de noviembre. Juan Zapata, director general del Sistema Ecu 911, recordó que el llamado se basó en un informe técnico del Ministerio de Salud Pública.

En el contexto de la pandemia, hasta el viernes se reportaron 1 578 personas fallecidas en Quito, 47 319 casos sospechosos y 83 281 descartados.

El COE metropolitano acogió ese exhorto y ordenó el cierre de los cementerios en Quito. La Empresa Pública Metropolitana de Gestión Integral De Residuos Sólidos (Emgirs) indicó que hay 14 cementerios en la zona urbana. El resto está en la ruralidad (unos 50).

El Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP) aseguró que en Quito hay dos cementerios que pueden considerarse referentes en cuanto a patrimonio funerario inventariado: San Diego y El Tejar. En la lista especial también están aquellos ubicados en monasterios, iglesias y conventos.

Hay cuatro espacios en el Carmen Alto, incluidas criptas y el cementerio, así como dos en la Compañía de Jesús. También, el cementerio principal de San Francisco, el de la iglesia y monasterio de Santa Clara, el de las Agustinas y la capilla de María Auxiliadora.

El historiador y excronista de Quito, Alfonso Ortiz, explica que antes de la llegada de los españoles había diversidad de espacios para colocar los cuerpos de los muertos, como cuevas y montañas, por ejemplo. Hay hallazgos de este tipo, como en La Florida, donde hay un museo de sitio. En muchas ocasiones al ajuar se sumaban objetos como vajillas, cerámicas, adornos. Dependía de la jerarquía del fallecido.

Al llegar los españoles las costumbres cambiaron, pero se mantuvo la distinción según el nivel social. Eso sí, se definió que debían destinarse espacios para enterrar los restos humanos junto a las iglesias, en un lugar consagrado. De ahí el nombre de camposanto. Cada parroquia, como San Marcos, San Blas, San Sebastián y San Roque, tenía su cementerio.

Las personas que formaban parte de las élites de la ciudad, añade Ortiz, eran enterradas, generalmente, en las iglesias conventuales de las que eran devotos. El sepelio en estos sitios era más costoso y el espacio era reducido y se optaba por hacer bóvedas o capillas. En el ingreso a San Francisco aún se puede observar una puerta de una cripta, en el piso.

A finales del siglo XVIII hubo una preocupación sanitaria y el Cabildo encargó a Eugenio Espejo un estudio. Ahí estableció que era indispensable un cementerio fuera de la ciudad y propuso para esos fines a El Ejido, aunque no se concretó esa idea. El primer cementerio público se estableció años después, en 1828, en El Tejar.

El IMP detalla que los padres mercedarios poseían terrenos en las faldas del Pichincha, y ahí se estableció el cementerio. En un principio, solamente se abrieron sitios en el suelo y los mausoleos. Posteriormente aparecieron los nichos.

El padre Alonso Freire, superior del convento y la parroquia de El Tejar, da cuenta de 7 800 tumbas. Esperan construir unos 400 nichos más.

Durante la emergencia trataron de no recibir a fallecidos por covid-19, “por prevención”. En este tiempo han llegado unos 100 fallecidos. Todos los espacios son de alquiler.

Ya desde la semana pasada se anunció que los sitios funerarios administrados por la Iglesia Católica no abrirían en el Día de los Difuntos, salvo que hubiera otra disposición desde el COE metropolitano. De ahí que Freire comparte que, de todas formas, en El Tejar prepararon un protocolo de bioseguridad, que incluía el ingreso máximo de tres miembros por familia, con una desinfección previa y con una permanencia tope de 30 minutos.

Contemplaban un aforo de 30% o 50% y, una vez cumplido ese número, se esperaría que salieran 10 personas e ingresaran 10 nuevos visitantes.

Ya no habrá cómo visitar El Tejar. Ni el otro gran referente de estos espacios quiteños: San Diego, aquel cementerio que surgió hacia 1868, el que albergaron las primeras formas modernas de enterramientos en la capital ecuatoriana.

En San Diego, las familias de las altas esferas construyeron grandes mausoleos, catafalcos, conjuntos escultóricos y otros complejos funerarios. Conforme creció la ciudad, se adquirieron terrenos aledaños para albergar una mayor cantidad de nichos. Y así se fue construyendo un patrimonio especial para la ciudad: el patrimonio funerario.

Al patrimonio funerario material se suma el de las tradiciones, el inmaterial. Se destacan las de Calderón, Nayón, Calacalí, Alangasí y Tumbaco.

En el cementerio de Calderón, el culto a los muertos es reconocido por su significación ancestral. El actual camposanto del norte, detalla el IMP, está en funcionamiento desde 1934. Y cada año se realiza el rito que invita a los vivos a compartir con los muertos, incluso los alimentos.

En Tumbaco, a su vez, a pesar de que las antiguas tumbas en tierra han sido removidas, aún quedan huellas de las tradiciones. Un ejemplo es la fosa de animeros, sitio donde reposan los veladores de las almas de la localidad. Se trata de personajes fundamentales en las fiestas religiosas de difuntos, en cada parroquia de Quito.

La tradición vino de España, con la designación de un parroquiano como animero. Nueve días antes de la fecha de Difuntos, iba a la iglesia y antes de la medianoche retiraba una campanilla e iba al cementerio a despertar a las almas.

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