Un auto Mazda azul celeste de los años setenta llama la atención en medio de los demás vehículos. Las personas se detienen a observarlo. Hay quienes ríen.
En el parabrisas trasero hay dos leyendas: “Dios guía mi camino” y “El Rey del sabor”. Adentro está el ‘monarca’. Duerme.
Él es uno de los vendedores que cada fin de semana ofrecen sus autos en la Feria de Vehículos Usados, en Guamaní Alto, en el sur de la capital.La feria funciona en un terreno cercado, de 8 hectáreas, de las cuales 5,5 están habilitadas para el comercio de autos, buses, camiones, motos, etc. Allí funcionaba la ganadería de los seis hermanos Lozada. La tierra pasó de servir para el pasto y la siembra a un inmenso estacionamiento.
Jorge Lozada, uno de los hermanos, no trabaja siempre en la feria, pero cuando está en el lugar se mantiene alerta, vigila y supervisa.
Hace seis años, el Municipio propuso a su familia usar el terreno para ese fin. Hoy se pueden exhibir hasta 2 400 carros. Aunque no es la única feria de autos usados en Quito, es una de las más grandes del país. La que funciona en Cemexpo alberga máximo 400 automotores.
El terreno no está nivelado. La tierra está compactada con pequeñas piedras. Según el Municipio, está en mejores condiciones que al inicio.
En un día soleado, cuando no hay viento, el ambiente es tranquilo. Pero Nelson Viteri, de la Asociación de Comerciantes de Vehículos Usados, cuenta que si soplan vientos veraniegos se levantan polvaredas. Cuando llueve se forman lodazales.
Entre los carros pasan vendedores con grandes ollas de humeantes choclos cocinados. Los venden con queso y ají. Ellos aprovechan porque saben que encontrar un vehículo que se ajuste a las necesidades del cliente puede tardar. Y en ese lapso, se siente hambre’
Para retomar fuerzas está el área de comidas. Hay yahuarlocro, hornado, caldos de gallina, fritada… Y autolujos. En dos semanas, los 54 miembros de la Asociación de Comidas y Refrescos Feria Libre de Carros pasarán de sus viejas carpas a un patio de comidas con infraestructura adecuada.
Franklin Lozada, sobrino de Jorge, es el administrador de la feria de vehículos. Los sábados ponen 2 400 vehículos a la venta. Los domingos, 2 000. Lo sabe porque lleva un control de ingresos a los parqueaderos.
Hay 14 personas dedicadas a registrar las placas de los automotores que llegan por las siete entradas. Cobran 50 centavos por vehículo a los vendedores. Los visitantes pagan USD 1 por estacionar su auto y para que alguien lo cuide.
Fernando Delgado es uno de los compradores, porque ese el lugar ideal para encontrar un auto de USD 4 000. Quiere reemplazar su viejo Lada. Delgado se toma su tiempo. Cuando encuentra un carro que puede estar dentro de su presupuesto, primero lo mira desde lejos.
Luego se acerca. Camina alrededor y se fija en cada detalle. Por experiencia, él sabe que hay que ver con cuidado el modelo, el precio, “que el carro esté paradito, nada descuadrado”.
Los precios están entre los USD 2 000 y los 25 000, según el año, el modelo, la marca, el estado, etc. Delgado no tiene un interés particular por el número de placa en que termine el vehículo. En cambio, el comerciante Franklin Quezada sí, porque la gente de Quito se fija en ese detalle desde que el Cabildo ordenó la restricción del pico y placa hace 10 meses.
Pero lo que más preocupa a los clientes es que el auto que quieren comprar sí haya pasado la revisión de Corpaire.
José Luis Moreta confirma el dato. Mientras pule un auto BMW de 1992, confiesa que ha perdido clientes que se arrepienten a última hora de comprar. La razón: no les conviene el número en que termina la placa. Según su experiencia, los autos más rechazados son los que no pueden circular regularmente los lunes y viernes.
Mientras esperan clientes, los vendedores juegan cartas, lavan los autos o conversan. Este es un negocio para el cual hay que tener paciencia. Por el gran patio caminan compradores que abrazan fuertemente unas mochilas. Muchos prefieren pagar en efectivo.