Cuando la noche termina y llega el amanecer, desde las 05:00, cientos de personas llegan a ejercitarse en el parque lineal Río Grande de Solanda, en el sur.
Los primeros en llegar, a la madrugada, son los ejecutivos y empleados públicos o privados que entran a trabajar a las 08:00.
fakeFCKRemoveAntes de empezar a caminar o correr, hacen ejercicios de calentamiento. Estiran sus brazos y piernas. Mueven la cabeza y la cintura de un lado para otro. Luego inician su actividad a lo largo de un kilómetro y medio.
El sendero, con el piso cuarteado en algunos tramos, cruza por un costado de la avenida Cardenal de la Torre y llega hasta la Ajaví. Según el Municipio, hay más de 2 000 deportistas que utilizan este espacio verde para sus actividades físicas y recreativas.
A las 06:00, el sol empieza a brillar y los deportistas se multiplican. La gente avanza de norte a sur y viceversa. En grupos o de forma individual los madrugadores caminan, trotan o corren. Algunos lo hacen abrigados con prendas gruesas. Otros solo llevan puestos chompa y pantaloneta.
Mientras aumenta el número de deportistas también hay negocios que se van instalando a lo largo de la ruta. “Vecina buenos días. Venga. Tengo interiores y calentadores”, vocea Teresa Pilataxi. Es algo reservada. Tiene temor de que los policías metropolitanos la visiten en su puesto para quitarle la mercadería. Ella vende calentadores que cuestan USD 5 y otras prendas deportivas.
Pilataxi es atenta con los transeúntes. Los vecinos son recíprocos y le corresponden el saludo: “como le va doña Tere”. Así la identifican todos.
Pilataxi recuerda que comenzó a vender en el lugar hace cuatro años. En sus inicios, agrega, no había mucha gente. Pero eso cambió y con el incremento de deportistas también aparecieron cerca de 15 negocios.
A unos 30 metros del puesto de ropa, Viviana Cisneros, de 28 años, vende ensalada de frutas, cebiche de chochos y frutas rebanadas. Cuestan entre 0,25 y 0,50 centavos. Cada día se levanta a las 04:00 a preparar sus productos. Los vendedores que encontraron un lugar de trabajo en el parque también ayudan con la limpieza.
Cerca del puesto de frutas hay una cancha donde 33 mujeres hacen aeróbicos. Con un palo en sus manos se mueven al ritmo de la música que se escucha fuerte en un parlante. Los movimientos son guiados por una instructora. A pesar de que la mañana es fría, los rostros de los deportistas brillan por el sudor.
Los dueños de los negocios, alrededor de la cancha, también madrugan. La venta empieza a las 06:00 y se acaba a las 09:30. Cuando terminan los ejercicios, hay puestos de ventas que ofertan bebidas y alimentos para el desayuno. Sobre un coche que se moviliza empujado por una bicicleta hay tres ollas con quimbolitos, humitas y tamales.
La estrategia de Manuel Arias es vender tres quimbolitos o tres tamales por USD 1. Por ese mismo precio ofrece cuatro humitas. Los alimentos están sobre ollas que humean cuando se destapan.
Él dice que organizar a los vendedores fue una buena idea para evitar que más negocios se instalen en el parque. Desde hace tres sale de su casa a las 05:00 para llegar a vender sus productos.
Desde el puesto de Arias llama la atención la presencia de una vaca amarrada a una estaca. María Tipán, de 68 años, le puso de nombre Azucena a su res. La alimenta con desperdicios de banano. Con un costal de yute, Tipán cubre un balde con dos litros de leche y vasos plásticos. “Gano USD 4 con los ocho litros de leche. Es mi único sustento”.
Los deportistas se acercan a saludarla y a comprar la leche espumosa recién ordeñada. A las 09:30, el sendero del parque queda abandonado. Los comerciantes también recogen sus productos y se van. Tipán regresa a su casa para alimentar a su vaca y regresar al siguiente día.