El Parque Central de Chiviquí, en Tumbaco, parece de juguete. Así definen los moradores de este barrio al mejoramiento del lugar que se realizó con botellas de plástico reutilizadas. Una parada de bus, macetas, bancas, basureros y la señalética de la zona están construidos con1 500 botellas recicladas de un litro.
El parque de Chiviquí, de 600 metros cuadrados, es uno de los lugares de distracción de los moradores los fines de semana.
Los vecinos del lugar cuentan que personas de otros barrios los visitan para conocer el ‘parque de plástico’, como lo llaman.
Carlos Páez, de 10 años, jugaba con sus primos en los espacios verdes. A ellos les llamó la atención la infraestructura de plástico, no dejaban de tocar las botellas con las que se elaboró el basurero. Carlos Páez, padre, les pidió que no dañaran el basurero. Para él es una buena iniciativa y le gustaría que se replique en su barrio, en La Armenia.
Rosa Tuza, quien tiene una tienda frente al parque, pide a sus clientes que le dejen las botellas de plástico. Ella las convierte en macetas que adornan su local.
Ella ha aprendido también a reutilizar y darle un valor a cada botella. “Con el asiento hago macetas para las plantas”, dice.
Una de las atracciones del parque es el asiento de la parada de bus, que fue hecho con 50 botellas, todas de un litro.
Las personas que esperan el bus que va hacia Tumbaco se sientan con curiosidad sobre la estructura de metal y plástico.
Una de ellas fue Carmen Aguayo, quien decía, entre bromas, que las botellas no van a aguantar su peso y que se iban a romper.
Para Adelina Aliatis, presidenta de Chiviquí, este proyecto ha dado una nueva cara al sector.
Con esta iniciativa se ha enseñado a las 190 familias que viven en el barrio a tener una cultura de reciclaje. En las casas de los vecinos ya separan las botellas del resto de basura, y las donan al parque.
José Quiña es uno de los moradores que ayudó a hacer los basureros del parque. Él cuenta que se necesita mucho ingenio y trabajo para armar cada estructura.
En cada basurero se necesitó de 60 botellas y en la señal de bienvenida de Chiviquí se ocuparon otros 15 envases.
Los mobiliarios urbanos están construidos en un 80% de botellas plásticas y el 20% de estructura metálica. Cada seis meses se tiene que dar mantenimiento a las botellas, incluso retirarlas.
El sol, las lluvias y las personas que a veces no les gusta ver algo limpio acaban con la vida útil del plástico, señaló Quiña.
El proyecto para reacondicionar el parque de Chiviquí fue una idea del diseñador industrial Rodney Verdezoto. Él vivió en el barrio durante seis meses.
Su iniciativa de conservación del medioambiente fue elegida de entre 20 diseñadores que la empresa privada Coca Cola seleccionó para la campaña Toda botella tiene una historia.
Verdezoto quiso con este proyecto mejorar la vida de las personas a través de soluciones creativas. “Reutilizando botellas plásticas pude conocer una nueva forma de ayudar a la comunidad”.
En tres meses logró reunir a los vecinos para recuperar el espacio del parque que estaba descuidado, no había ni la parada de bus.
Todos los fines de semana se congregaban unas 200 personas, Verdezoto junto con su equipo de seis personas les daba instrucciones a los vecinos de cómo cortar y pegar las botellas.
“Ahí me di cuenta que estos envases cuando están juntos forman una estructura fuerte”.
Su siguiente proyecto en el barrio es elaborar contenedores de basura. Actualmente las fundas se depositan en las veredas, y los perros callejeros desparraman los desperdicios.
Los vecinos aprendieron más del reciclaje gracias a esta iniciativa. Ahora también elaboran otros productos como carteras, manillas para su uso personal.
El proyecto
La campaña Cada Botella Tiene Una Historia impulsó tres proyectos diseñados en base a botellas de plástico. El parque de Chiviqui fue uno de ellos.
En la comunidad Santa Marianita, en Manabí, se realizó el segundo proyecto. Allí se construyó una biblioteca de 30 metros cuadrados.
La tercera iniciativa fue un parque recreativo ecológico infantil elaborado con 8 500 botellas, en el Jardín Botánico de Quito. Hay una resbaladera, dos bancas con farol y un barco.