El piso está hundido en una parte de la acera de la avenida Pichincha, en el sector de La Marín.
El hueco deja poco espacio para la movilización del peatón. Ese reducido espacio es ocupado, a ratos, por los vendedores informales, quienes asientan los canastos con frutas y las maletas con mercaderías. Son cerca de las 12:00 de un sábado y la gente no tiene por dónde circular.
fakeFCKRemoveEl humo negro que sale de los escapes de los buses y los pitos son una constante en el sector. Lorena Alvarado entretiene su mirada en una blusa fucsia que se exhibe en la ventana de un almacén. Su tranquilidad se rompe cuando siente que su pie izquierdo cae en el hueco, que a esa hora ya está lleno de agua.
“¡Qué susto!”, decía, mientras sujetaba fuerte con su brazo derecho los tirantes de la cartera. A medida que recobraba la tranquilidad, contaba que pensó que se trataba de un robo. “En este sector es muy común que le pasen empujando para entretener su atención y robarle”.
Después de cerciorarse de que no se trataba de un robo, se preocupó de su imagen personal. Estaba con sandalias y se sacó la izquierda para sacudir el agua en la pared. María Casiguano recorre la avenida Pichincha, todos los días, de 07:00 a 18:00.
En su mente guarda un sinnúmero de historias de personas que han caído en el inmenso hueco o que han tropezado en los pernos de acero que están empotrados en el concreto de la acera, a pocos metros.
“Un día, una jovencita caminaba con un bebé en los brazos y por alzar a ver si el bus que venía era el suyo, se tropezó. Por sostener al niño, se remelló los brazos y las rodillas. Su cartera voló a la calle y alguien se la llevó”.
En otro sector de la ciudad, en la av. 12 de Octubre y Veintimilla, también hay una trampa para los peatones. En un desnivel en la vereda de 1 m² están incrustadas cuatro varillas gruesas de hierro. El mínimo descuido puede causar un accidente de consideraciones.
Eso lo sabe muy bien Mónica Camacho. Tiene 21 años y estudia en la Universidad Politécnica Nacional. Por esa razón, circula por allí todos los días.
Su rostro se sonroja cuando cuenta que una mañana “cayó en esa trampa urbana”. Caminaba con una compañera de estudios y a pesar de que sabía que allí está el hueco, se endulzó en la conversa y se olvidó. “Mi pie se torció y quedé hincada sobre el cemento. Lloré del susto y mi amiga me ayudó a levantarme. No tenía mucho dolor, más fue la indignación, porque me vio mucha gente conocida”.
Dos días después, esa trampa en la acera le arrancó una sonrisa. Luego de salir de clases vio que un grupo de jóvenes en bicicletas saltaba el desnivel. Un niño de unos 8 años señalaba con una tiza el sitio donde golpeaba la llanta trasera.
“Me dio risa porque en el lugar donde ellos se divertían, yo pasé un inmenso susto”.
Más al sur, en la avenida Patria, un muro de cemento, de unos 60 cm de alto, es un peligro para las personas. Está en la mitad de la acera y se presume que fue construido para delimitar un pequeño jardín. La obra quedó inconclusa y varias piedras están regadas en los alrededores.
En Quito es común ver este tipo de obstáculos en las aceras. En las oficinas de Espacio Público del Municipio no hay personas autorizadas para dar entrevistas. Así lo informó Mery Gallegos, comunicadora.