Sus manos son ásperas, con cicatrices en las palmas, secuela de la manipulación de estiletes. Su obsesión: hablar de Antonio Stradivari y coleccionar maderos viejos.
Las manos de Norberto Novik, los pedazos de madera regados por todo lado y el violonchelo sin tapa colgado en la sala dan cuenta de su trabajo.
Ese ambiente se observa desde el ingreso a su casa en Tumbaco y de su oficio de luthier.
Corrían los años de estudios, década de los setenta, cuando se involucró en la elaboración de guitarras, por hobbie. Unía piezas de madera, cuando un portero del colegio le sugirió que tuviera cuidado con el pegamento y con el barniz. “En horas, ese portero al que nadie le daba importancia me enseñó sobre la guitarra. Él dominaba técnicas sobre instrumentos. Pons era su apellido, fue mi maestro”, relata Novik, argentino, creador de violines, violonchelos y guitarras.
Cada instrumento de cuerdas tallado por él es hecho bajo pedido. Su taller en el valle de Tumbaco tiene historia, como la del violonchelo sin tapa, de más de 400 años, obra de Antonio Stradivarius, luthier italiano.
O como el arpa, pintada por el maestro ecuatoriano Eduardo Kingman, o como los 14 violines sobre una estantería y los 26 arcos, en hilera, que cuelgan de la pared blanca. Novik pisó Ecuador por primera vez, gracias a su estirpe aventurera, en 1973.
Salió de su casa cuando tenía 22 años. Con una maleta que soportaba 18 kilos, entre ropa y comida que le dio su hermana Dina. En el bolsillo guardaba USD 174.
“Toda la comida no alcanzó sino de Argentina a Bolivia, donde llegué con 4 kilos de equipaje”.
Desde ahí aprendió a viajar ligero. Luego de atravesar Perú, arribó a Ecuador. Le gustó el país e hizo una escala en la Amazonía, donde trabajó en varios oficios, hasta de piloto. Ha vivido 18 años en diferentes países y ya lleva 22 en Ecuador.
Cuando le llega un instrumento, Novik lo ubica sobre una franela roja. Lo estudia, para identificar su proceso histórico. “Ese estudio es para repararlo con los mismos materiales cercanos a su época, para que no se alteren la forma, el color ni el sonido del instrumento”, dice Novik.
En su taller hay maderas antiguas, que le sirven de material para la restauración.
El argentino de 60 años comenta que más difícil le resulta estudiar de dónde viene cada parte del instrumento, que la misma reparación. Una pequeña casa de adobe, de dos pisos, construida por él hace nueve años, le sirve como taller y vivienda.
En una de las salas hay violines, violonchelos y guitarras listas. Sobre paredes blancas están las herramientas de su oficio. “Las restauraciones van dirigidas primeramente al sonido del instrumento. La idea es no alterar el diseño original del instrumento. Así se trata de disimular roturas que podrían deteriorar el sonido”, dice.
Resalta que cada vez hay menos gente que restaura instrumentos, por la crisis del siglo. “Somos como 100 momias en el planeta que hacemos esto”, cuenta mientras habla sobre la historia del violín, que nació en Brescia, en el norte de Italia, en 1520.
Novik nació en Tandil, en el sur de Argentina. En 1981 fue la última vez que visitó su país natal, por 24 días. Ha reparado y elaborado un sinnúmero de instrumentos. Entre risas cuenta que no sabe tocar bien ninguno de los instrumentos que repara y no tiene uno propio. A su taller llegan personas con violines certificados.
Entre anécdotas recuerda que le llevaron un Stradivarius , que al propietario le costó un millón de dólares. “Apenas lo vi, le dije la marca, la reparación que necesitaba y el costo: USD 700”.
La etiqueta y el certificado eran falsos. De esos casos, afirma que existen muchos. Al crear o reparar un violín, se inspira en el sonido final que quiere lograr del instrumento. Sus reparaciones son de fondo y de forma.