En el taller de Mario Narváez hay olor a pintura y a madera. En un cuarto de 9×7 metros, ubicado en el barrio La Ferroviaria Alta, en el sur de Quito, se dedica a elaborar y restaurar esculturas con las técnicas de la Escuela Quiteña.
Esta fue fundada en 1552, por el sacerdote franciscano Jodoco Ricke y Fray Pedro Gosseal. En ese lugar, se formaron los primeros artistas indígenas.Narváez es oriundo del barrio Mancheno, en Laso, provincia de Cotopaxi. A los 14 años emigró a Quito, en busca de trabajo. En los primeros años se dedicó a la albañilería, pero reconoce que se sentía incómodo. “No era lo mío”.
Fue a los 18 años cuando, gracias a un amigo, ingresó a trabajar en un taller ubicado en el barrio El Dorado. Desde ese momento, asegura que su vida cambió.
A partir de ese día empezó a interesarse en la escultura. A los 22 años recibió un beca e ingresó a la Escuela Bernardo de Legarda, que fue creada por el Banco Central y en la cual se enseñaba escultura y restauración con técnicas de la Escuela Quiteña.
A sus 45 años, su pasión por la restauración y el tallado continúan. Todos los días, sus manos labran la madera y construyen creaciones que son vendidas en el país y en el exterior.Durante su carrera, ha restaurado aproximadamente 200 obras, que actualmente se ubican en las iglesias del Centro Histórico.
Hace 10 años, por ejemplo, participó en la restauración del Jesús del Gran Poder, la imagen que todos lo viernes santos recorre las principales calles del Centro, durante la procesión de Semana Santa.
El obispo Fausto Trabes lo contrató para la restauración de esa imagen. La obra se demoró dos meses y recuerda que se le recompuso el ojo derecho (estaba despintado) y se pintó otra vez la vestimenta.
Otra de las imágenes en las que intervino fue en La Virgen de Guápulo, a la cual le arregló el brazo derecho (estaba flojo) y le dio un retoque, hace 20 años.
Él dice que antes de intervenir en una escultura, la figura debe ser sometida a una serie de análisis químicos e históricos para determinar la clase de materiales con la que fue construida.
Ahora, está fabricando cuatro nuevas esculturas en madera de cedro, que representan a San Lucas, San Juan, San Mateo y San Marcos. Estas tiene una dimensión de 1,90 x 1,50, cada una cuesta USD 7 000. Serán colocadas en la iglesia San Juan Bautista de Sangolquí.
Hace dos años, Narváez conoció a Ramiro Loachamín, un pintor y escultor, quien hace 12 años fue designado por el padre Gonzalo Valdivieso para la elaboración de las esculturas de Santo Tomás de Aquino, Santo Domingo de Guzmán y San Francisco de Asís, que reposan en la Iglesia de Santo Domingo de Quito.
Ambos tienen un sueño: crear una institución de Artes y Oficios que rescate las técnicas tradicionales de la Escuela Quiteña.
“En la actualidad estas técnicas están desapareciendo, debido a la rapidez con que se exigen las obras”, dice, con preocupación, Narváez.
Entre las técnicas que desean rescatar está la de la vejiga de borrego. Se coloca la vejiga del animal en un pincel y se utiliza para dar brillo a la escultura.
Otra técnica es la de la tarasea, consiste en incrustar maderas o huesos de manera individual, pieza por pieza. La construcción de un bargueño (caja de madera con cajones secretos) de 30 x 20 cm, con esa técnica, demora un mes y cuesta USD 500.