Es una secuencia de movimientos sensuales que no buscan seducir. No pretende atraer la mirada del otro ni mucho menos es una invitación o un cortejo. El dancehall female es un género tradicional de música popular jamaicana que nació cuando las mujeres empezaron a tomar espacio y a tener derecho sobre su cuerpo.
Hay que escucharlo para sentirlo. El ritmo es casi un ruego que hace que la cadera de la mujer se contonee. Para el grupo de las chicas que lo practican todos los lunes, en el extremo sur del parque La Carolina, es una forma de liberación. Es tomar conciencia del suelo pélvico y de su valía. No bailan para alguien, sino para ellas mismas.
Son 30 chicas -algunas bailarinas profesionales, otras actrices, comunicadoras o estudiantes- que van tomando conciencia de su cuerpo sin avergonzarse. Qué importa la talla, el peso, el color de piel. Qué importa que algunas personas las critiquen y juzguen por desarmar esa creencia machista de que la mujer de bien no debe moverse así.
Quizás por eso ver bailar a Galaxia es como contemplar las llamas de una hoguera que se alzan, se menean, y vibran. Es su forma de gritarle al mundo que está libre de prejuicios y de culpas. Ella baila con las palmas de las manos, con los brazos, con los muslos, con los glúteos y con la sonrisa. Baila y lleva de la mano a otras mujeres en esta exploración que busca que cada chica conquiste su cuerpo.
Su nombre real es Mybeth Yánez, pero le gusta que la llamen Galaxia Queen, porque es el nombre que este tipo de baile le reveló. Tiene 22 años y se dedica a la danza desde los siete, cuando entró a aprender ballet. Pero fue con este tipo de baile que empezó a sentirse empoderada. Lleva cinco años practicándolo y el año pasado ganó la competencia de Dancehall Queen Ecuador 2021. Su maestra fue Mariana Arisméndez conocida como ‘Medusa’, una de las primeras en traer esta cultura a Quito.
El espectáculo
Aunque tienen movimientos básicos en común, -como el gogo wine, shake up y el jiggle- cada una maneja un estilo propio. También hacen acrobacias: se paran de cabeza, giran, se descuartizan…
Más que un diálogo es un monólogo. Una conexión directa con el útero, con la matriz, con el núcleo en donde la vida se inicia. Con ese agujero negro que habita en la pelvis de una hembra y que durante años ha sido condenado a quedar inmóvil. Es esa zona que a la mujer se le ha prohibido ver, mover y sentir, porque una mujer que controlaba y meneaba ese lugar al que algunos llaman claustro materno, no era de fiar.
Por eso este baile, para Salomé Cisneros (Amatista), es también una protesta. Tiene 30 años y baila desde los ocho. Domina varios estilos, pero este baile le permite encontrar la feminidad desde el lado de la rudeza y la sensualidad y romper paradigmas sociales. Mover ‘la cuerpa’ le permite escuchar sus voces más íntimas.
Entre ellas se cuidan porque saben que en una sociedad machista, tener control del cuerpo es un riesgo. Más de una ocasión han tenido que lidiar con hombres que las hostigan. El día de entrevistas para este reportaje, un joven se paró frente a ellas y empezó a morbosear. Ellas se unieron (porque juntas son más fuertes) y le exigieron respeto. En ese momento pasaron tres policías a caballo y retiraron al hombre del lugar. Uno de los uniformados miró el vestuario de las chicas, cómo entrenaban y les dijo: “con razón les acosan”.
Ese esquema es lo que este grupo pretende romper. Normalizar que una mujer puede verse, moverse y sentirse como ella guste sin ser juzgada ni violentada. Crearon la página web No me toques, para mujeres libres y sin miedo.