Entre las 10:00 y las 11:00, una mujer pequeña y delgada entra a varios locales del Centro de Quito, para repartir bendiciones. Saluda con una voz suave, destapa una botellita de agua y la riega en un cuenco que hace con la palma de la mano. Luego salpica el agua bendita sobre paredes y vitrinas.
Demora menos de dos minutos en su bendición cotidiana. Los dependientes de los locales le retribuyen su gesto espiritual con monedas de USD 0,10 ó 0,25.
Al local Retoques y santos, de Gonzalo Gallardo, ha ido desde que él atiende hace 12 años. Pero el artesano no sabe el nombre de la mujer que le visita a diario.
Marya de Jesús Córdova, o la hermanita Marya como ella prefiere ser identificada, es una persona esquiva que evita entablar diálogos con desconocidos.
Fue bautizada como Marya, al estilo ruso. Su padre no quiso ponerle María, el sagrado nombre de la madre de Dios, para diferenciarla. La consagró al Corazón de Jesús a los tres años.
Solamente visita los locales que están relacionados con la religión. En realidad, da su bendición a cuatro locales de fabricación y retoques para santos de yeso. “Solo entro donde encuentro buena voluntad y una fe verdadera”.Tiene 87 años y una memoria prodigiosa. Sus recuerdos permanecen intactos desde esa ya lejana infancia, en la cual sintió “la presencia de la Virgen y de los ángeles”. Todos los días va al Centro a repartir bendiciones. Y entra en cuanta misa se celebre en las iglesias cercanas.
El número siete es su preferido y siempre está promulgando la fe. El agua de su botellita, dice, ha sido bendecida siete veces en siete iglesias distintas.
Luego de más de ocho décadas en este mundo, busca aprovechar su tiempo. Siempre está ocupada en un estado de continua y sibilante plegaria. Muchas desgracias del planeta ocupan sus peticiones. Pero, sobre todo, ruega por dos cosas: “la tranquilidad y la paz del mundo y de todos los que permanecemos aún en él”.
Es casi imposible conversar con ella. Para lograr hablarle es necesario someterse a un pequeño ritual de purificación y bendición. Rara vez prodiga esta bendición a los desconocidos. Consiste en una larga letanía de unas 200 palabras, que la bendecidora pronuncia con un ritmo vertiginoso y en un solo tono.
Por su entonación y por la manera de entrecerrar sus ojos, ligeramente achinados, cuando reza, su bendición se parece a una especie de trance hipnótico. El pequeño ritual termina cuando la mujer hace una pequeña cruz con sus dedos pulgar e índice. Luego acerca esa cruz hacia los labios del bendecido.
Sus dedos son arrugados y largos. Cuando estos llegan a la boca del bendecido se siente su sabor ligeramente salado.
Las pequeñas retribuciones que obtiene por sus bendiciones en los locales comerciales del Centro, las destina para un fin igualmente piadoso. Deposita esas pocas monedas en las canastas de las limosnas de la Capilla de San Francisco y El Sagrario.
A estos santuarios acude infaltablemente para las misas de 11:00 y de 12:00, luego de sus bendiciones matutinas. Su vida, dice, no ha tenido otro propósito que el de rogar por los menesterosos y dar testimonio de “la infinita ternura de Dios”. Para ella, su edad es el mayor argumento de esa ternura.
A pesar de su edad, todavía resiste avatares. Hace tres semanas se tropezó en las gradas que conducen al cuarto que arrienda en el sur de Quito. Estuvo varias horas tendida en el patio hasta que la despertó “el Espíritu Santo”.
Casi nunca se refiere a sí misma con la palabra ‘yo’. Prefiere utilizar la palabra nosotros.
Marya es miembro de una cofradía de 12 misioneros cobijados bajo el nombre de ‘Legión de María’. Su trabajo consiste en “mantenerse en oración continúa”.
En realidad, nunca habla más de 10 minutos seguidos. Hay que esperar entre misa y misa para sacarle una palabra. “Nosotros no nos distraemos. Y ahora debo seguir, permiso”.