Oscuro, húmedo y pestilente. Así es el lugar donde trabaja Manuel Pisuña, quiteño de 50 años. El obrero de piel bronceada y pómulos grandes lleva tres décadas de caminar por los colectores que cruzan por debajo de la ciudad.
Él dice, orgulloso, que conoce los laberintos subterráneos. A pesar de eso, antes de introducirse por las alcantarillas, atiende concentrado las instrucciones que da Alfonso Núñez, su jefe.
El primer paso, luego de retirar las pesadas tapas que están al nivel del piso, es verificar que no existan gases acumulados.
Uno de los riesgos es la posible presencia de gas metano. El químico es peligroso y mortal.
fakeFCKRemovePisuña sabe lo peligroso que es caminar por donde corren aguas servidas y aguas lluvia. “Siempre pienso en mis tres hijos y les doy la bendición”. Para inspeccionar y dar mantenimiento a los colectores de la ciudad tiene que sumergirse en profundidades de hasta 80 metros bajo tierra.
El jueves último recorría el colector que recoge las aguas que bajan por la quebrada Santa Rosa de Singuna, a 4 m de profundidad. Caminaba agachado. Tenía 1,50 m de alto por 1 m de ancho para movilizarse.
Luego de avanzar unos 200 m tuvo que arriesgarse y entrar por un estrecho orificio de 60 cm por 60 cm. La intención era verificar que no hubieran filtraciones de agua. Lo hizo entre la oscuridad y gateando.
Allí, Oswaldo Velasco, otro obrero de 49 años, con su tono de voz ronca bromeaba, mientras Pisuña se daba modos para deslizarse por las paredes del estrecho canal. “Este trabajo es duro. Mi compañero parece un Spiderman”, decía Velasco, cotopaxense que vive en Quito.
La comparación de Pisuña con el Hombre Araña también hizo reír a Núñez. El eco de las risas se escuchó en el túnel.
Guiado por la tenue luz de su casco, Pisuña se contagiaba y empezaba a imitar, con sus extremidades, los movimientos rápidos de un alacrán. A momentos, en realidad, parecía Spiderman, pero con vestimenta diferente: más pesada e incómoda, por las seguridades obligatorias para trabajar.
Los tres obreros ingresan a las profundidades cubiertos por un pesado traje de caucho, cascos, linternas, guantes, cinturones de seguridad y botas de caucho. Cuando el túnel es más profundo, se equipan con arnés y zapatos que se agarran a las paredes.
Núñez, de 48 años, es el guía especialista que dirige la cuadrilla y el encargado de controlar cada movimiento de los obreros. El calor, la lenta caminata y la pesada indumentaria aceleran el agotamiento de los trabajadores.
Con 28 años en el oficio, Núñez recuerda que empezó en el área de Diseño de alcantarillas y colectores. Luego se vinculó a la parte de Saneamiento e inspectoría de colectores. Todos constan en la nómina de obreros de la Empresa Metropolitana de Agua Potable y Alcantarillado.
El primer consejo que da a los obreros es que bajen de espaldas y despacio por los delgados tubos de metal. “Así evitan que el agua golpee sus rostros”.
También les sugiere que caminen siguiendo la corriente del agua y que boten para delante el peso del cuerpo. Son dos estrategias para no resbalar en el jabonoso piso subterráneo.
La ruta por el túnel es interminable. La única salida es regresar a la boca de la alcantarilla. Al salir, el equipo de protección está mojado, sucio y maloliente. Otro trabajador, Víctor Agila, arroja el cabo para que sus compañeros puedan escalar con seguridad hacia la superficie.
‘Don Agilita’, como lo llaman, les ayuda a desprenderse de la vestimenta y les proporciona agua para que se laven las manos. Luego, Pisuña entrega un informe verbal sobre la situación del colector. Él se inmuniza cada mes para no contagiarse de enfermedades por la suciedad.
Pisuña, Núñez y Velasco recorren todos los días los colectores de la ciudad. Su misión es evitar que colapse el sistema.