Con gotas de sudor en la frente, una pala, un azadón o un pico entre las manos, y cubiertos de tierra, más de 900 vecinos de la Roldós, en el noroccidente de Quito, hacen de la minga comunitaria una fiesta cada 15 días.
Desde hace cuatro meses, la comunidad empezó a convertir terrenos baldíos, copados de matorrales y basura, en dos parques con canchas, juegos infantiles y zonas de recreación. La obra tiene un 70% de avance; un ‘cambio extremo’ que gracias a las manos de niños, adultos mayores, hombres y mujeres, es posible.
Ariruma Kowii, catedrático y coordinador de la Universidad Andina, explica que la minga consolida el concepto de identidad y de vecindad, mejora la comunicación entre la gente, aumenta la solidaridad, incrementa la seguridad y ahorra gastos.
La minga forma parte de la identidad quiteña. Según el Cronista de la Ciudad, minga significa trabajo colectivo y desde su aparición, unos 1 500 años aC, es una forma de comunicación que crea lazos entre los miembros de una comunidad.
Él detalla que en la segunda mitad del siglo XV la minga se convirtió en obligatoria. El Estado Inca, que había conquistado el territorio quitu, la aplicaba para construir caminos y grandes obras. Daba a las comunidades tierra y a cambio recibía mano de obra. Había reciprocidad, añade.
Según la Secretaría de Coordinación Territorial y Participación Ciudadana, entre el 1 de enero y el 18 de noviembre de este año, 275 barrios de Quito han efectuado mingas (ver gráfico).
En la Roldós, la actividad también es más que una necesidad para vivir mejor. “Es una forma de reforzar la identidad colectiva y la convivencia entre vecinos”, afirma Leonardo Cuestas, presidente de la Cooperativa Jaime Roldós Aguilera, y lo demuestra con las fotos que sostiene en su mano.
En ellas aparecen Carlos mientras levanta una carretilla, María cuando empuja el pico junto a cuatro mujeres que ríen y Ana que sostiene una escoba frente a dos niños que ayudan con la pala.
Cuestas muestra las imágenes sin abandonar la sonrisa que revela su orgullo. “Para nosotros la minga no es una obligación, es un compromiso. Es la única forma de garantizar a nuestros hijos un mejor lugar para vivir”, dice y Ramón Pinoargote, gerente de la cooperativa, y Mirian Suntaxi, líder de la comunidad, asienten, mientras caminan hacia uno de los espacios verdes que construyen.
La Roldós no es el único barrio que le apuesta a meter mano a la tierra. Los vecinos de la Urbanización San Gregorio de Pomasqui reforestaron sus áreas verdes. Los moradores de Generación de Barrios de Cotocollao Alto abrieron cunetas y adecentaron las vías. En San José de Jarrín los habitantes pintaron el parque y sembraron flores. En Puertas del Sol, se construye una zona de recreación sobre el relleno de una escombrera.
Kowii asegura que en el pasado era posible diferenciar dos tipos de minga: la pública y la privada.
En la pública, todos los vecinos participaban para abrir un camino, arreglar un espacio verde, limpiar la zona, etc. La minga privada, en cambio, se efectuaba, especialmente, para construir o ampliar viviendas, sobre todo cuando una persona contraía matrimonio. “En ese tipo de minga se evidenciaba el principio de ‘ranty ranty’ o de reciprocidad. Es decir, si una persona recibía la ayuda de un vecino, quedaba comprometida a colaborar cuando el vecino lo necesitaba”, asegura Kowii.
En el caso de la Roldós el compromiso es general. Mientras Cuestas, Pinoargote y Suntaxi recorren uno de los parques, entre las manzanas 14 y 16, recuerdan que la organización fue difícil, pero todos participaron.
En el barrio hay ‘jóvenes’, de 70 años, que con pico en mano aflojaron la tierra, y ‘arquitectos’, de apenas 6 años, que con pinturas diseñaron el parque. “Yo me encargué de coordinar las ideas de los pequeños. Los niños presentaron un dibujo de cómo querían el espacio y todos fueron tomados en cuenta. Este parque lo imaginaron nuestros niños”.
Geovanny Pucha, jefe ambiental de la Administración La Delicia, sostiene que actualmente los barrios periféricos son los que más apoyan en el trabajo comunitario. “El 90% de los barrios alejados se compromete y nosotros los ayudamos. En la zona urbana el apoyo es reducido”.
Él asegura que con la minga la gente se apropia de su territorio y que esa apropiación genera en la población un espíritu de pertenencia y solo entonces se comienza a cuidar y a trabajar por él.
“Este es nuestro parque. Nosotros lo estamos construyendo y lo mantendremos”, dice Cuestas y se acomoda los cabellos con sus manos ampolladas por el trabajo en la minga de la semana pasada.
En los setenta, el Municipio inauguró la Minga de la Quiteñidad, rememora el Cronista de la Ciudad. Esta buscaba que las personas se identificaran con la urbe en la Fiestas de Quito. Esa gran minga se mantuvo hasta el 2008.
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