Para los médicos guayaquileños en Quito, la solidaridad pudo más que el miedo y el frío

Los profesionales médicos que vinieron de Guayaquil, el pasado 30 de junio, se hospedan en el Hotel Tambo Real.

Sabían que vendrían a convivir con el virus. Que pasarían la mayor parte del día rodeados de personas contagiadas, tosiendo, estornudando y sufriendo los efectos de una enfermedad virulenta y letal.
21 profesionales médicos de Guayaquil llegaron a Quito a apoyar en las tareas de lucha contra el covid-19. Pese al riesgo, la empatía pudo más.
Arribaron el 30 de junio; 15 días después, cuatro de ellos regresaron al Puerto Principal.
Hoy permanecen en la capital 17: cuatro especialistas, cuatro médicos generales, dos enfermeras y siete auxiliares.

Iván Barreto -médico internista, casado, con cuatro hijos- es el coordinador del equipo. Recuerda que en un inicio les pidieron venir por dos semanas, luego la estadía se extendió a un mes, y quizás sea hasta fin de año, bromea.
Está convencido de que se quedarán hasta que este pueblo hermano -como le dice a Quito- los necesite.
Tienen entre 24 y 43 años y se hospedan en el Hotel Tambo Real. En Guayaquil trabajaban en el Hospital Bicentenario y al llegar a la capital apoyaron en el Centro de Atención Temporal (CAT), que recibe pacientes con síntomas moderados.
Desde el miércoles fueron asignados a dirigir las carpas que el Cabildo abrió en los barrios más críticos de la urbe.
Desde la estación de Quitumbe, uno de los puntos de atención que se abrieron con la donación de carpas y otros insumos que también llegaron de la Costa, Barreto cuenta que entre sus tareas están verificar que se haga bien el triaje, capacitar y hacer pruebas rápidas.
En ambas ciudades, lo más difícil de su labor tiene que ver con la atención al paciente. Darle medicina a un infectado y ver que no mejora es complicado, comenta.
Ni aquí ni allá existe un tratamiento único para el enfermo de coronavirus. Todo depende de la edad y de otros factores, por lo que el procedimiento es personalizado. De allí la satisfacción al ver a un paciente recuperado. Mientras estuvieron en el CAT, ningún enfermo falleció y 40 recibieron el alta. Verlos agradecidos y caminando -para él- no tiene precio.
Por supuesto que extraña el calor de Guayaquil -dice- pero más que eso, a su esposa, quien cada vez que hablan por teléfono le recuerda que no puede vivir sin él y le pide que regrese.
Sentados en el recibidor del hotel donde duermen, los profesionales coinciden en que todos extrañan a sus familias y que ayudar a atender la pandemia en Quito es muy similar a hacerlo en Guayaquil, pero con una gran diferencia: el frío.
Entre risas, recuerdan que en un inicio se les dificultaba subir gradas, tenían dolor de cabeza, falta de aire y cansancio.
En la Costa, el traje de bioseguridad causaba más calor. Aquí, en cambio, el frío traspasa el overol y los hacer tiritar de vez en cuando, recordándoles que están lejos de casa.
Sin embargo, ninguno de ellos se escucha triste. Al hablar, transmiten alegría y buena vibra. “Estaremos aquí hasta cuando nos necesiten”, dice uno. “Pueden contar con nosotros siempre”, asegura otro.
Todas las mañanas se levantan a las 05:00; un bus los retira o los lleva a su lugar de trabajo. Los primeros 15 días laboraron 12 horas diarias. Ahora lo hacen de lunes a sábado, de 06:00 a 17:00. La estadía, alimentación y movilización de los profesionales son costeadas por el Municipio de Guayaquil.
El equipo es un matriarcado: más de la mitad son mujeres. Andrea Toala, médica general de 27 años, cuenta que haber tratado pacientes con covid-19 en Guayaquil le dio más herramientas. Con colegas quiteños ha compartido experiencias e ideas y ha revisado protocolos, lo que ha permitido una mejor atención a la gente.
Ninguno de ellos se ha contagiado gracias al cumplimiento de las medidas de bioseguridad. Durante las más de tres semanas que estuvieron apoyando en el CAT utilizaban mascarilla, un overol que los cubría de pies a cabeza y un visor.
Debieron cambiar su rutina. Por ejemplo, no podían tomar agua durante la jornada. El hidratarse implicaba ir al baño con frecuencia, para lo cual se requería tiempo y cuidado. Si lo hacían, todo el traje de protección tenía que desecharse porque se podía contaminar y debían buscar uno nuevo.
Nada entraba y nada salía del centro. Ni esferos, ni hojas. Todo lo que necesitaban para cumplir su labor estaba dentro: estetoscopios, termómetros, guantes... El teléfono, por ejemplo, debía ser colocado en un forro plástico y al salir debía ser lavado y desinfectado.
Deniss Navas es madre soltera de dos niños, licenciada en Enfermería y siempre sonríe.
Pese a que en Guayaquil trabajó en el Centro Médico Temporal y en el Hospital Municipal Bicentenario, combatir el virus nunca deja de ser duro.
Lo más difícil es ver hospitales colapsados y gente que sigue incumpliendo, dice. Extraña a su familia, pero está feliz; sabe que en casa están orgullosos de ella, porque mientras el mundo huye del covid-19, ella y su equipo viajaron 450 km para hacerle frente, una vez más.



