‘Me pegaron a la salida de un bar por una confusión’

Lo último que escuché fue el fuerte sonido de la sirena de un patrullero de la Policía. Estaba en el piso, con mis manos y con mis brazos me cubría la cara, mientras un desconocido me pateaba desenfrenadamente.

Eran las 02:00 del viernes pasado, cuando mis amigos y yo salíamos de un bar ubicado en las calles Calama y Amazonas.

Nos reunimos en ese lugar desde las 19:30 para festejar el final del semestre en la universidad donde estudiamos.

Alrededor de 15 personas de mi curso estuvimos en el bar, conforme avanzaba la noche los compañeros se iban a sus casas.

En una mesa del rincón solo quedamos cuatro personas. En el bar había otras dos mesas ocupadas. Cuando nos disponíamos a salir, una chica de la mesa de en frente le ofreció a mi amigo un vaso de cerveza. Él la aceptó y empezaron a conversar. Ella, al parecer, había peleado con su novio, quien había salido minutos antes del bar con sus amigos.

Ingresamos nuevamente al bar y compramos otro combo de cervezas (4 por USD 5). Las dos amigas que la acompañaban también se acercaron a nuestra mesa.

Mi amigo empezó a bailar con la chica y yo con una de sus acompañantes, Laura. Todo iba bien hasta que oí los gritos de una mujer, me acerqué para ver qué sucedía. Un sujeto alto, blanco y con gorra le lanzó un puñete a mi amigo. Él hizo lo mismo y empezaron a golpearse en medio de la pista de baile. Yo traté de separarlos hasta que los guardias del bar llegaran y detuvieran la riña.

El desconocido nos amenazó y sacó a empujones a la chica de la discoteca. Los guardias nos pidieron que también abandonáramos el lugar. Regresamos a la mesa y nos tomamos las dos cervezas que todavía estaban llenas, recogimos nuestras mochilas y salimos del bar, sin ningún problema. Decidimos ir a mi domicilio, en Las Casas. Caminamos hasta la esquina de la Colón y Amazonas para tomar un taxi.

De pronto escuchamos unas voces. Alguien gritó “Ellos son. Cógeles, cógeles”. No sabíamos qué pasaba y como eran alrededor de unos siete jóvenes y nosotros estábamos cuatro, no tuvimos más que correr. Antes de llegar a la av. 10 de Agosto nos cercaron el camino, entre ellos estaba el sujeto del bar que me gritó. “Ahora empújame”.

Intentamos hablar con él, pero no quería escuchar razones, hablaba de su novia y de mi amigo Ricardo. Al parecer, creía que ellos se conocían desde hace algún tiempo y mantenían una relación a escondidas. Algo que era ilógico, pues esa noche fue la primera vez que la vimos.

El sujeto agredió nuevamente a Ricardo y él respondió empujándole. Ambos empezaron a golpearse otra vez, sin que nadie interviniera. De pronto, el desconocido tomó una botella de cerveza pequeña que estaba en la calle y golpeó a mi amigo en la cabeza. Él se desplomó y empezó a sangrar. Le salía mucha sangre.

Me acerqué a mi amigo para ayudarle a que se levantara, pero otro sujeto me pateó en las costillas y caí. Nos empezaron a golpear. A Ricardo y a mí nos pateaban en el piso. Lo único que pude hacer fue cubrirme la cara y acercar mis rodillas al pecho para evitar los golpes en mi abdomen.

A mis otros dos amigos también los golpearon. A uno de ellos le rompieron el tabique. Gracias a Dios apareció un patrullero que evitó que las lesiones fuesen mayores. Los policías nos salvaron la vida. Dos uniformados se bajaron de la patrulla, nos rociaron gas pimienta, los siete jóvenes que nos agredieron corrieron. Los policías no los pudieron alcanzar.

Esperamos más de media hora para que un taxi nos llevara a un hospital, para que nos curaran las heridas. Ahora, tengo miedo de ir a las discotecas, uno no sabe con quién se va a encontrar.

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