La Independencia de Hispanoamérica contó con la coyuntura de la invasión francesa a España.
Si consideramos que la historia de la humanidad no se ha desarrollado por hechos aislados, sino con la concatenación de movimientos, que son productos de crisis de las sociedades y las culturas, se puede colegir con facilidad que la conspiración de Fernando VII para derrocar a su padre Carlos IV, el motín de Aranjuez y el secuestro de los reyes españoles en Francia, permitieron el surgimiento de las juntas en América.
La España contra la que se levantaron los patriotas criollos enfrentaba, en esos momentos, una guerra para expulsar a José Bonaparte, instaurado por su hermano como rey de los españoles. En el mes de mayo de 1808, los madrileños decidieron impedir el traslado a Francia del infante Francisco de Paula, uno de los hijos de Carlos IV.
Para ello, se reunieron frente al Palacio Real armando una manifestación que fue atacada por un destacamento del ejército de Joaquín Murat, cuñado de Napoleón, quien estaba a cargo de la ocupación militar. La noticia de la represión corrió por la ciudad, reuniéndose los madrileños en la Puerta del Sol. Allí se trató de disolverlos a cañonazos.
Inmediatamente, el desquite comenzó y fueron agredidos todos los franceses que transitaban por la calle, llegando a ser linchados muchos de ellos, a parte de que los sublevados se tomaron el cuartel de Monteleón que resistió por horas.
La respuesta francesa no se hizo esperar y ahora fueron los mamelucos, tropas venidas de Egipto, las encargadas de masacrar a los madrileños. Pero no todo quedó ahí, sino que devolviendo las arremetidas contra los franceses, estos fusilaron a todos los madrileños que crearan la menor sospecha de participación en la revuelta, ejecutando entre el 2 y 3 de mayo de aquel año a centenares de personas.
La historia relatada, a mi manera de ver, mantiene coincidencias con lo que dos años y dos meses más tarde ocurrirá en Quito, resultando extraño que quienes representaban a una España bajo dominación extranjera, repitieran una tragedia como la de Madrid.
Los pretextos cambiaron. Mientras en un caso se trataba de mantener el símbolo de la antigua realeza en suelo español, en el otro, era el de liberar a los prisioneros cuyo delito había sido el de buscar la Independencia, por la que a su vez clamaban los propios españoles en relación con Francia. Ruiz de Castilla, cuyo nombramiento había procedido del régimen de Carlos IV, pidió ayuda. Con esas tropas a su disposición, fueron arrestados los gestores de la Junta de 1809.
En el juicio, el fiscal Tomás Arrechaga pidió las peores penas para ellos; no quedaba más que liberarlos. Fracasado el movimiento y a pretexto de la muerte del capitán Nicolás Galup, la soldadesca mató y saqueó al pueblo de Quito.
Esto constituye una paradoja histórica, pero que es fundamental tomarla en cuenta para comprender lo sutiles hilos por los que corren los acontecimientos humanos. En ambos casos, el deseo de liberación e independencia fueron las causas de los sacrificios. Y aunque la Constitución de Cádiz de 1812 intentó restañar heridas, otorgando ciudadanía a los americanos al igual que a los peninsulares, el resentimiento era demasiado grande para pensar en una mancomunidad de países hispanos.