Miriam Castro (34) atiende a sus clientes que llegan a la tienda naturista, en Cotocollao, detrás de unas rejas blancas que cubren todo el local. Hace ocho años colocó una barrera de 3 m de ancho por 2 m de alto, porque un delincuente ingresó al local e intentó robarle a su hija de un año. “Un supuesto comprador entró, me agredió, sacó un cuchillo y me pidió que le diera a mi hija”.
Luego de esa experiencia colocó las rejillas. Los clientes que llegan al lugar no tienen contacto directo con Castro.
Ella entrega los productos a través de las rejas. Jenny Parapi, compradora de la tienda naturista, no se siente incómoda por el obstáculo físico. “La gente debe protegerse de la delincuencia”.
Al sur, en La Magdalena, Laura de Limayco (78), moradora del sector, protegió también su tienda hace tres años con dos barreras. La primera una rejilla de 1,40 m de alto. que coloca hasta las 18:00. Luego de esa hora cierra con candado las puertas exteriores de hierro negro para protegerse más de la delincuencia. “Pese a esto, la semana pasada se llevaron una docena de escobas”.
Otros ciudadanos como Eduardo Chávez optan por colocar las rejillas como medida de prevención. Él puso hace 10 años rejas blancas de 8 m de ancho por 3 de alto en todo el frente de su farmacia e instaló alarmas de seguridad. “El sector es inseguro. A diario hay robos”.
En el víveres Pepito Ajar, en El Calzado, Elizabeth Proaño contrató hace nueve años a un cerrajero para que instale una rejilla amarilla de 2 m de ancho por 2,20 de alto, en su tienda. “Hasta ahora no he sufrido asaltos”.
En la tienda de Proaño hay un timbre, que se encuentra en la parte superior izquierda. Las personas que llegan al lugar tocan para ser atendidos. Al igual que en los otros locales, los productos y dinero se entrega por un pequeño espacio de la rejilla.
Esta iniciativa de encerrarse es también replicada en las viviendas. En la calle San Luis, en El Calzado, uno de los vecinos del sector decidió amurallarse. Sobre la estructura original de ladrillos, colocó 11 filas de bloques, pedazos grandes de vidrios y cercas eléctricas. En total, el cerramiento, que da a la vía principal, tiene cerca de 6 metros de alto.
En la puerta principal de la casa instaló un visor para mirar hacia el exterior. Elizabeth Garcés, residente del domicilio, sin abrir la puerta comentó que resolvieron levantar el muro por seguridad.
Hanna Hadweh (82), quien vive hace 40 años en el sector de La Floresta, cercó también su casa de tres pisos, con rejas con puntas de diversos diseños. Rejillas, mallas cuadriculadas y antiguos cubreventanas fueron soldados para blindar 15 metros de la parte lateral del domicilio.
Además, Hadweh aseguró las ventanas del segundo piso con protectores metálicos, colocó espejos en tres sitios estratégicos de su casa para observar desde el tercer piso, quien ronda por allí.
A la puerta principal, que tiene aparte de la chapa, dos seguros adicionales, le instaló una estructura metálica en el exterior con tres seguros más. Los medidores también están resguardados de una manera similar.
El local de ropa que funciona en el lugar cuenta con su propia seguridad. Aparte de la puerta enrrollable, puso unos protectores de metal para los candados que no pueden ser abiertos desde afuera. “Me robaron en reiteradas ocasiones. El que no protege sus cosas, las pierde”.
Según el Observatorio de Seguridad Ciudadana (OMSC), en enero de 2012 se produjeron 325 robos y hurtos a la propiedad, 155 de los cuales fueron a domicilios. El resto fue a locales comerciales, cabinas telefónicas, instituciones educativas, etc.
Magdalena Cornejo, quien tiene una tienda en Cotocollao desde 1999, prefiere seguir manteniendo el contacto con sus clientes. “A veces si pasan y se llevan los productos”.