El pasado miércoles, la ciudad vivió dos hechos importantes. La capital cumplió el aniversario 32 de la declaratoria de Patrimonio Cultural de la Humanidad, por parte de la Unesco (1978).
El mismo día se designó a Quito como Capital Americana de la Cultura. El Buró Internacional de Capitales Culturales señaló que Quito posee el Centro Histórico más grande, menos alterado y el mejor preservado de América.Sin embargo, atrás de esos reconocimientos, hay historias de personas que barren, cuidan, pintan y restauran este patrimonio.
Una labor que aparentemente es intrascendente en el acelerado ritmo de vida de los quiteños y turistas, pero que es parte de los cuidados de este ícono histórico.
Ella barre las plazas del Centro cuatro veces al día
Un sombrero verde cubre el rostro de María Lucila Muzo, se lo pone bien ‘bajito’ para cubrir su cara del sol. Sus manos están protegidas con guantes de caucho. Un mandil verde y un chaleco tomate completan su vestimenta.
La quiteña barre el centro desde hace 21 años. Lo hace con una escoba de plástico y una pala metálica. Recoge todo tipo de basura: fundas, papeles, botellas…
Los guantes lucen desgastados, negros y sucios. Muzo camina bastante. Todos los días, la mujer de 51 años, recorre por la mañana hasta cuatro veces la plaza de San Blas y la del Teatro. Lo hace barriendo y recogiendo la basura. Gana USD 500 mensuales.
La tarea es extenuante. En el bolsillo del mandil, Muzo lleva una botella de agua para refrescarse en su agitada labor. Ella se levanta a las 03:00, para dejar listo el almuerzo.
El jueves cumplió con esa rutina. Mientras barría la Plaza del Teatro, por allí transitaban cientos de peatones. Todos la miraban, porque un fotógrafo se sentó en la mitad de la plaza para captar tomas de la barrendera.
“Los gringos nos preguntan cosas. Ellos se pasan fotografiando. Cuando preguntan, parece que entienden lo que respondemos. Pero no sabemos lo que preguntan”, dice Muzo. Ella es parte de una cuadrilla de 20 personas que barre el centro hasta ocho veces al día, para que esté limpio.
Tres historia de quienes cuidan las obras patrimoniales
Junto al templo de San Francisco hay artistas que visten overoles azules. Cada uno trabaja sobre las imágenes religiosas pintando, cociendo y esculpiendo las figuras.
César Merchán, un artista de 27 años, graduado en la Escuela Taller Quito, es uno de los escultores que no sabe cuántas veces se ha cortado sus manos con las gubias (herramientas tipo formones) dando forma a las obras.
“Por eso se dice que uno deja la sangre en la obra. Soy un enamorado y vivo en el Centro Histórico. Me encanta la Plaza Grande”, manifiesta el quiteño. Su habilidad está plasmada en obras del Carmen Alto (300 esculturas), en las puertas de El Sagrario y en la casa hotel Gangotena.
Su trabajo es de 08:30 a 23:00. La experiencia de tres años tallando le permitió ser profesor de escultura en el cantón Pujilí (Cotopaxi).
En el lugar de trabajo de Merchán se escucha música variada. Los obreros conversan y el ambiente bullicioso es agitado. Un escenario que contrasta con lo que ocurre en San Agustín, ubicado a cinco cuadras.
En los patios del templo y del claustro, hay un pasillo tapado con plásticos. Parece un hospital, todos visten mandil blanco.
Se escucha música clásica de fondo. Hay ocho personas, entre restauradores y artistas plásticos, que trabajan desde mayo restaurando las pinturas del conocido Miguel de Santiago.
Los cuadros están sobre mesas grandes. El trabajo es en equipo y lo hacen concentrados en su tarea. Karina Noboa se desprende de su máscara, por un instante, para contar que trabaja en los retoques de la obra.
Ella es licenciada en restauración y museología, graduada en la Universidad Técnica Equinoccial. Su talento también se ha plasmado en otros sitios del centro. “En la iglesia de La Compañía de Jesús, en la iglesia de Santo Domingo, La Merced y hasta en Guayaquil”, dice.
Por el polvo de las obras y el contacto con químicos, Noboa se ha enfermado, por más de una vez, de las vías respiratorias. “Se necesita paciencia en este oficio”.
Noboa utiliza una lupa. La pintura en la que trabaja está al revés. Por el tamaño, no puede ver lo que hace Juan Cuzco, su compañero. Él es un artista de 40 años, graduado en Artes en la Universidad Central, con una experiencia de 12 años en pinturas.
Trabaja con 18 colores y frascos llenos de substancias que le permiten aplicar la restauración de colores. Cuando pinta, en su mano izquierda sostiene el tiento, un madero fino que le permite al artista manejar los pinceles.
“El trabajo de un restaurador debería ser de seis horas por el grado de toxicidad y de concentración en el aspecto visual de las pinturas”.
Karina Noboa/ Restauradora
“Empecé en este arte hace 10 años. Yo propongo detalles faltantes en los cuadros. Preparo
plantillas, sin cambiar nada del cuadro original”.
Juan Cuzco/ Artista en pintura y grabado
“Ser escultor no es un trabajo, es una diversión. Te pagan por estar jugando y creando cosas. Para uno, el horario de trabajo no existe”.
César Merchán/ Escultor
“El centro se barre ocho veces diarias, cuatro en la mañana y cuatro en la tarde. La gente ensucia mucho la ciudad. Yo termino cansada de barrer”.
María Lucila Muzo/ Barrendera