En el parque Azcúnaga, dentro de la urbanización Quito Tenis, se lleva a cabo una feria cada sábado de 08:00 a 12:00. Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO
De martes a domingo, el campo se toma la capital. Parques y plazas se llenan de hortalizas, tubérculos, legumbres, frutas y productos orgánicos que salen del huerto y van directo a 24 ferias agroecológicas que se desarrollan en Quito y los valles.
El olor a campo y los intensos colores de estos alimentos no solo transportan a los asistentes hacia las zonas rurales, sino que también los llevan al pasado, recordándoles la forma en la cual se alimentaban sus antepasados.
“¡Coma como comía su abuela!”, exclama Francisco Gangotena, quien desde hace más de 30 años organiza una feria agroecológica en La Floresta y otra en Cumbayá.
Cuando era pequeño, recuerda, los productos que consumía se producían en las granjas, respetando un proceso natural. Poco a poco la tradición se fue perdiendo y la utilización de químicos y pesticidas se volvió más común.
Motivado por cambiar esta realidad, con su esposa consiguió un terreno en Pifo y empezaron con el trabajo. Al principio admite que fue duro, pero con el paso del tiempo se convirtió en su modo de vida. Ahora, el 95% de su alimentación proviene de su huerto y ofrece una variedad de 50 productos en las ferias.
Junto con su familia, Gangotena acude los viernes a La Floresta y cada sábado a Cumbayá para ofrecer sus cosechas.
En Quito existen alrededor de 1 100 huertos urbanos activos, según ConQuito, entidad que organiza 14 ferias agroecológicas en todo el Distrito.
La intención es motivar la conexión entre “el consumo responsable y la producción sana”, explica Alexandra Rodríguez, responsable del proyecto de Agricultura Urbana Participativa Agrupar, que desarrolla ConQuito.
En estas bioferias participan 100 microemprendedores que han hecho de esta práctica su actividad vital. Con lo que producen se alimentan y el excedente lo ofrecen al público.
Los agricultores que pertenecen a esta iniciativa pasan por una capacitación de cuatro meses y después reciben apoyo técnico para asegurar que sus productos sean aptos para el consumo de las personas.
Cada año venden alrededor de 150 000 kilos. Entre sus productos están algunos que generalmente no se encuentran en los mercados estandarizados como la jícama, mashua, plantas medicinales y huevos frescos de codorniz o gallina.
Wilson Solís, coordinador de la Corporación Ecuatoriana de Agricultores Biológicos ProBio, explica que hay distintas modalidades de ferias agroecológicas. Unas son de familia, otras son de asociaciones y algunas están respaldadas por instituciones.
Cada comunidad feriante pone sus reglas, como por ejemplo asignarse cupos de entrega. Esto quiere decir que no todos salen a vender el mismo producto. Según Solís, cada tres meses la demanda por estos productos sube en 30%.
Estas ferias permiten que las personas sean más conscientes de lo que se llevan a la boca, dice Silvia Maza, miembro de la Asociación de Emprendedores de La Argelia Alta.
Desde hace ocho años, se dedica a sembrar, cosechar, limpiar los productos, hacer atados y ofrecerlos al público desde USD 0,60 en el Jardín Botánico del parque La Carolina.
Para quienes no pueden esperar hasta las ferias para adquirir estos productos, también hay canastas y tiendas agroecológicas, que son ocho en la ciudad. Ese es el caso de Wayruro, que resalta por su oferta en una zona de edificios.
Desde hace dos años y medio Sandra Priori abrió la tienda con el objetivo de conectar la ciudad con el campo. Al inicio contaba con 40 pequeños productores de distintas partes del país y ahora son 130.
Priori ofrece diversos talleres para preparar alimentos con productos crudos y también de remedios a base de plantas medicinales.