Vivo mi libertad cuando puedo escoger comer cuy o stake sin suscitar envidias. O cuando elijo conversar con los amigos en quichua o en inglés sin levantar rumores. O cuando puedo escoger lo bueno que veo en la izquierda o la derecha política sin coerciones, que me obliguen a tener un solo himno. Ejercito mi libertad cuando me regocijo de la variedad de personalidades e inclinaciones y esa variedad reconoce mis particularidades. Esta libertad florece en la unión con mis semejantes y se marchita cuando la desconfianza, la imposición y la intolerancia imperan. Otra forma sería transitar en la noche, sin que me abrume el temor de ser asaltado, lastimado o muerto. Quisiera, como cuando era guagua de escuela, dar mi opinión, y a quien me increpe poder contestarle que Ecuador es un país libre. Quisiera que mis hijos y nietos pudieran deambular por los rincones de su patria, libres de temores, que puedan opinar aunque sus razonamientos estén equivocados. Quisiera que heredaran ese fundamental derecho que he vivido en plenitud.