La lección de San Francisco

Que el convento de San Francisco requiere de unos tres millones de dólares para garantizar su conservación y su sustentabilidad fue de esas noticias no tan esperadas tras una celebración de Domingo de Ramos.

Pero, que se quiera conseguir el primer millón con colaboraciones internas y externas, hasta abril del 2015, hace que este hecho bordee en lo preocupante. El estado en el que se encuentran parte de los bienes muebles y la edificación propiamente dicha es el principal argumento. Puede que así sea. Pero, las dudas se generan en función de acciones pasadas que se planificaron, debatieron, aprobaron y ejecutaron en relación con el convento de San Francisco.

El deterioro de pinturas, esculturas, altares y retablos sumados a daños en sitios como la antigua cervecería, la sacristía, la pileta central del claustro, las capillas del Altísimo y de Jesús del Gran Poder evidencian fallas, vacíos o errores en el cuidado y la protección de esta parte importante del patrimonio quiteño y mundial.

Se dirá no es momento de buscar culpables, hay que hallar soluciones. Sí, debiera ser así. Pero, quedan interrogantes en torno al papel realizado por la Municipalidad, por el Estado, por las organizaciones internacionales y por la misma comunidad franciscana. Lo que ocurre ahora no se produjo hace uno, dos o cinco años. Tiene su tiempo.

Cada uno de estos protagonistas defenderá lo hecho. Pero la realidad, es decir, el deterioro actual de buena parte de esta centenaria infraestructura, rebatirá cualquier argumento. Aunque digan no, a mí no me toca; en este caso sobrarán las palabras.

No queda más que abrir espacios para el diálogo, para el acercamiento entre las partes, entre los protagonistas y desempolvar objetivos y metas de cada plan ejecutado y revisar, principalmente, el grado de sostenibilidad.

La otra responsabilidad recae en los usuarios, quiteños y no quiteños. El chicle o el rayón en una pared son tan dañinos como el desinterés.