Hace 18 años se inauguró en el centro de la capital, en las calles Montúfar y Pereira, la Escuela Taller Quito, en las instalaciones de la antigua Maternidad, que funcionó en ese lugar hasta 1950.
La edificación de 3 500 m², tiene amplios patios adornados con coloridas flores , sillas de piedra y árboles. Tiene pisos rústicos y techos de madera. La casa fue reconstruida por los estudiantes.
En este centro, ahora, se preparan 119 jóvenes que aprenden oficios como la albañilería, construcción, ebanistería, tallado en madera, carpintería, mecánica, forjado de metal y jardinería. En este mes se abrió el talle de luthería.
En seis promociones, se han graduado 700 jóvenes . Los cursos tiene una duración de tres años y al culminar, los estudiantes obtienen el título de maestro de oficio en las diferentes ramas. Cristian Espinoza, Juan Astudillo, Gladis Haro y Edwin Ullco cuentan sus historias. Ellos ven en el arte una posibilidad de progreso personal. Cada uno sueña con tener su propio taller.
‘La música es mi expresión’
Hasta hace tres meses, Cristian Espinosa estudiaba Ingeniería Electrónica en la ESPE. Pasó el primer semestre y se dio cuenta que eso no era lo suyo.
A sus 21 años forma parte de una agrupación musical que interpreta diferente géneros como el jazz y el reggae. Gracias a un amigo conoció que en la Escuela Taller Quito se implementó un nuevo taller de luthería, un oficio para arreglar y crear instrumentos musicales.
Para él, la música es su motor y le parecía interesante trabajar con instrumentos, arreglarlos, construirlos y darles vida.
Ingresó a ese taller hace dos meses. Al principio, no tuvo el apoyo de sus padres porque ellos deseaban que continué con su ingeniería. Sin embargo, para él la música es su única forma de expresión. Lamenta que en el país las personas no valoren a los maestros y que piensen que una licenciatura o ingeniería vale más. “En realidad hay muchas más opciones”.
Vive, junto con sus padres, por el antiguo Terminal de Cumandá y estudia de 07:00 a 16:00. En su casa tiene un estudio musical y luego de clases ensaya con sus amigos de grupo musical. “La música es un mundo amplio que me da libertad”.
En estos dos meses aprendió el manejo de algunas herramientas y los principios básicos para la reparación y construcción de instrumentos musicales.
Todos los días, para él son un nuevo reto y se siente a gusto en este lugar. “Comparto con otros músicos y aprendo mucho de ellos. Esto me hace muy feliz”.
‘Quiero ser el mejor en el oficio’
Cuando Juan Astudillo era niño trabajó con su tío en un mecánica automotriz. Se acostumbró al sonido fuerte de los metales, al olor a acero quemado y a las extenuantes jornadas.
Asegura que desde el momento que ingresó al mundo de los metales le apasionó la idea de poder manejar un material tan duro y darle la forma que su imaginación desee. “Tus manos, tu fuerza y tu imaginación son los que mandan en este oficio”.
Ahora tiene 17 años y vive en el barrio Cutuglagua, en el sur de Quito. Su jornada empieza a las 05:00. Sus padres le apoyan para que continúe con sus estudios. “Soy el ejemplo de mis hermanos menores”.
Durante los dos años que está en el taller de Mecánica ha aprendido los principios básicos del oficio, también a soldar y a utilizar instrumentos para trabajar con metales.
De lunes a viernes estudia. Los fines de semana trabaja en la mecánica de un amigo.
“Mi vida transcurre entre los hierros”, comenta, mientras con sus manos, con firmeza, empieza a trabajar una pieza de metal que se convertirá en hojas que adornarán un candelabro.
Conoce que es un oficio que trae riesgos y que requiere de sacrificio, pues se trabaja con temperaturas altas y con máquinas peligrosas. A pesar de ello, está firme en su convicción de ser un gran maestro del metal.
Cuando termine su curso en el Taller Escuela Quito, continuará con sus estudios. “Deseo perfeccionar mi técnica y ser el mejor en este oficio”.
‘Mi sueño es ser costurera’
Todas las mañanas, Gladis Haro se levanta a las 04:00. Vive en la parroquia Píntag, y debe llegar a sus clases de corte y confección a las 07:00.
“Al que madruga Dios le ayuda”, dice mientras con sus dedos y buen pulso, introduce un hilo blanco en el ojo de una aguja.
La pasión por este oficio fue una casualidad. Cuando tenía 15 años trabajó como cocinera en la casa de dos señoras que tenían un taller de corte.
“En los momentos libres les ayudaba, desde ahí me empezó a gustar la costura”. Todavía recuerda el sonido de las máquinas de coser y el olor de la tela nueva. Lo que le apasiona de este oficio es la posibilidad de crear prendas con sus manos y con la ayuda de la máquina.
Y que luego estas sean utilizadas por las personas. ive junto con sus padres, quienes la apoyan moralmente, pues no tienen dinero. “Siempre me dicen que siga adelante y que cumpla mis sueños”. Ella trabaja los fines de semana como empleada doméstica en una casa para mantenerse y pagar sus pasajes y alimentación.
Tiene 23 años y le falta uno para egresar como maestra en corte y confección. Cuando lo haga, junto con dos amigas de su curso, desea montarse un taller de costura en el cual dará trabajo a otras chicas.
Otro de sus objetivos es estudiar y empezar el colegio. Ella llegó hasta séptimo de básica. “Por no tener plata no seguí el colegio, pero nunca es tarde”, dice con un sonrisa en su rostro y con la mirada fija sobre una prenda.
‘Mi deseo es tener un taller’
El padre de Edwin Ullco le enseñó desde pequeño a trabajar duro para vivir. Cuando tenía 14 años le ayudaba como peón en construcciones, pero no estaba satisfecho. “Algo dentro de mí me decía que eso no era lo mío y que podía dar más”.
El dibujo es uno de sus pasatiempos preferidos y buscaba algo que tuviera relación con eso. Gracias a un amigo conoció que en el Taller Escuela Quito tenía la posibilidad de aprender un oficio. Sin pensarlo dos veces, eligió el tallado en madera, ingresó a este taller hace dos años.
Le llamó la atención el oficio de tallador, porque le gusta trabajar en ese material. “La madera es fácil de manejar y te permite crear muchas figuras”, asegura, mientras con un cincel termina de tallar una pieza de caoba.
Ya lleva dos años estudiando. En un principio, sus padres le recomendaron que no estudie y que se dedique a la albañilería. Pero él siguió firme en su decisión. Su padre cambió de opinión cuando fue a una exposición donde observó su trabajo. “En ese momento, dijo que esto era lo mío y me dio ánimo”.
A sus 19 años vive solo en una pieza por La Ecuatoriana. De lunes a viernes estudia y los fines de semana trabaja como mesero en un restaurante. “Busco las formas de sacar dinero para mantenerme, pues no vivo con mi familia”.
Uno de sus lemas es que la practica hace al maestro, por eso, “le pone corazón a sus obras”.
Cuando se gradúe de maestro desea ponerse un taller y uno de sus sueños es vender sus creaciones en otros países.